19 de diciembre de 2010

Crónicas galesas: Buscando a Cardiff en un mapa (con división política)

(Este artículo salió publicado en el diario La Nación, sección Turismo, el domingo 26 de Diciembre de 2010, en la edición impresa.)


Recién llegados al aeropuerto de Londres, nos pusimos en marcha para agarrar el último Heathrow Express, un tren que te lleva hacia el centro de la ciudad. Subimos la tren y empezamos a cruzar las zonas residenciales a gran velocidad. Caían copitos de nieve y las veredas y los techos ya estaban blancos.

Cuando llegamos a Paddington Station quedé en estado de shock. Primero por el frío, ya era de noche y todo estaba semi congelado. Y segundo, porque la estación de Paddington es increíble! Con unos techos altísimos cruzados por grandes vigas de hierro, las plataformas de ladrillo, los tableros con los horarios de los trenes y las grandes arcadas por las que se accede a la ciudad. Es como la estación de Retiro pero dentro de una película antigua de James Bond. Impresionante!

Salimos de la estación a las patinadas porque estaban congeladas las veredas y el hielo es muy patinoso. Caminamos por las calles de Londres mientras nevaba sin parar. Los edificios de ladrillo que se alzaban en cada manzana, me parecieron alucinantes. Todos con sus luces navideñas y con los árbolitos en las ventanas, los portales llenos de nieve y las chimeneas largando humo. Que hermoso! Me parecía estar caminando por un mundo de mentira, salido de una historia de Agatha Christie, de Edgar Allan Poe o de A. J. Rowling.

Después del shock, me puse a pensar que esos autores solo inventaron las historias, no inventaron la ciudad. La contaron como era. Solo que yo, en mi desconocimiento, pensé que esas calles de Londres formaban parte de la fantasía también. Y ahí estaba yo, caminando por las calles de una ciudad tan mágica como misteriosa. Fueron solo unas cuadras hasta llegar al hotel, pero causaron la mejor de las primeras impresiones.

Dormimos en el hotel y a la mañana siguiente me levanté temprano para tomarme un chocolate caliente mientras miraba por la ventana la asombrosa ciudad nevada. Una bruma blanca cubría los edificios y no me alcanzó la vista para reconocer mucho, pero ya volveré llena de ilusión!

Mientras la ciudad se despertaba, caminamos hasta la estación para tomar el tren a Cardiff. Iba a estar unos cuantos días en Cardiff hasta poder ubicaría correctamente en un mapa. Era de esas ciudades inexistentes para mí, simplemente nunca tuve razones para averiguar dónde quedaba.

Y en ese estado de ignorancia suprema, me tomé el tren. Estuve tentada a preguntar por la plataforma 9 y 3/4 (de Harry Potter) pero salimos desde la 4 y a nadie pareció entusiasmarle mucho el hecho de estrellarse contra una columna de ladrillos. Como me ha dañado Hollywood, ahora cada lugar es una película!

Empezaba mi viaje a Cardiff. La zona residencial de Londres me encantó. Pude ver grandes prados y lagos congelados. Las casas, todas parecidas, con escalones en el porche hasta la puerta de entrada y atrás un patio largo y flaco, con un cobertizo de herramientas.

Bajamos en Cardiff Central (y muy rápido, porque los trenes llegan y se van en un plis plas). Nevaba cuando llegamos y caminamos por una peatonal hermosa con todas las luces de Navidad, llena de galerías de compras y de restaurantes elegantemente decorados. Cada tanto nos cruzábamos con coros cantando villancicos. No se podía creer! Esta era la Navidad que una ve en las películas!

Cardiff tiene 300.000 habitantes y es la capital de Gales, pertenece a Gran Bretaña. Les puede sonar Gales por la Princesa Lady Di. De hecho, su hijo William, está yéndose a vivir ahí con su prometida. Otra oportunidad de pertenecer a la realeza que se me escurre entre los dedos... eso por no saber esperar.

Cardiff es una ciudad bastante chica. Se puede caminar para todos lados y es sumamente pintoresca. En el centro destacan tres peatonales preciosas que están llenas de galerías, mercados, restaurantes y pubs. En esta época están más lindas porque tienen todo tipo de decoraciones navideñas.

Hay una zona como de 4 o 5 cuadras donde las peatonales se unen creando un impresionante centro comercial llamado Saint David's. Es como una ciudad y tiene de todo. Las distintas partes del shopping se conectan por escaleras, pasillos y a veces hasta hay que cruzar una calle y volver a entrar. Un paraíso de las compras. Los sábados y domingos, especialmente en esta época (invierno + navidad) los centros comerciales y galerías están repletos. Y allá, cuando la gente sale de compras, vuelve con 6 o 7 bolsas de distintos lugares!

Es verdad que en Gran Bretaña hay mucho dinero y las cosas son bastante caras, más que en Europa Continental. Para que se den una idea: un pancho (sausage) en un puestito de la peatonal (uno elegante, no se imaginen el de Plaza Italia) cuesta 3,50 libras, que son algo así como 22 pesos argentinos. Tomar un café o un chocolate caliente, cuesta entre 2 y 3 libras; y cenar en un restaurante lindo, entre 20 y 25 libras por persona.

Todo lo caro que tiene la ciudad, se invierte en limpieza y prolijidad. La gente es muy correcta, no es una castañuela, pero tampoco te tratan mal, y realmente educada. Allá no pueden olvidarse el "please" y el "thank you". Ni hablar de inseguridad.

Tampoco había averiguado nada sobre la ciudad de Cardiff antes de ir, así que me fui al puesto de información turística en busca de un panorama de los atractivos locales.

Lo primero que fui a visitar es el Bute Park, un parque hermoso que rodea al río Taff. Estaba todo nevado y con los árboles un poco deshojados, pero lleno de encanto, plagado de ardillas y pájaros. Tienen paseos para peatones y para bicicletas y cada tanto hay puentes para cruzar el río. Tienen un aire medieval porque desde todos lados se ve el Castillo de Cardiff, que está ubicado en una de las esquinas del parque.

También hay otros varios edificios distinguidos, como el Welsh Institute of Sport, el Royal Welsh College of Music and Drama, donde estudió Anthony Hopkins; y el Swalec Stadium. Pero el más encantador es el Castillo de Cardiff.

Es una construcción de más de 2000 años de historia donde se refugiaron los romanos durante su invasión a Gran Bretaña, los caballeros medievales lo usaron como centro de reunión y luego fue hogar y orgullo de las familias más ricas de la zona. Finalmente, el 3er Marqués de Bute (un personaje muy destacado en esta ciudad) transformó el castillo en una fantasía medieval que su familia usaría como residencia.

La visita al Castillo incluye un paseo por los túneles dentro de los muros, donde se ve al exterior a través de estrechas ventanas que usaban los arqueros. Se puede pasear por los jardines, subir a una torre romana, visitar sus calabozos e ingresar en los apartamentos, que son los dormitorios y salones, todos ellos decorados con extravagancia y mezcla de estilos árabes.

Hay múltiples iglesias para visitar, en su mayoría católicas pero bastante diferentes de las que estoy acostumbrada a ver. En época navideña, muchas de ellas tienen pequeños conciertos de villancicos. Además de las peatonales comerciales, el Castillo de Cardiff y sus parques aledaños, hay otra zona muy linda que vale la pena ver: el Cathay's Park.

En ésta zona (no es un parque, sino un conjunto de edificios públicos) se pueden ver las Cortes (Law Courts), la Municipalidad, la Universidad de Cardiff y el Museo Nacional. Destaco especialmente a la Municipalidad (City Hall) por su fachada decorada con todo tipo de ornamentos y un dragón en la punta (Gales, es llamada "la tierra del dragón"). Estaba decorada con un árbol navideño en cada ventana, que toque!

También es un valor el Museo de Cardiff, cuya entrada es gratuita. Tiene exposiciones de antropología e historia natural, de las cuales es imperdible el sector de piedras preciosas. Y, en los pisos superiores, se encuentran las pinturas, esculturas y porcelanas. Tiene una colección bastante importante, con unos cuantos Monet, algunos Van Gogh y Rodín. Y podés sacarles fotos sin problema! Lo mejor del museo (sobre todo para aquellos de ojo ignorante, como yo) es que con el mapa, te dan un "top 10", las 10 mejores cosas que no te podés perder. Así que está genial para hacer un recorrido express.

En medio de todos estos hermosos edificios, están los Alexandra Gardens, unos jardines preciosos con un monumento en honor a los caídos en batallas por Gales.

La última cosa imperdible de Cardiff es la bahía. Se puede ir caminando, en colectivo o en barquito hasta la bahía, que concentra en un paseo restaurantes, casas de té y tiendas de todo tipo. Es una especie de Puerto Madero, más chiquito. Tiene unas vistas preciosas de la puesta del sol y se puede caminar por el muelle hasta llegar a los antiguos embarcaderos. Ahí hay una escultura y el relato conmovedor de la travesía del Capitán Scott y su equipo, que murieron intentando volver de su expedición al polo Sur; donde llegaron segundos, después de que le ganara el equipo del noruego Amunsen.

Además del paseo comercial hay un edificio rojo que pertenecía a la antigua fábrica de carbón. Cardiff creció como centro industrial durante muchos años, gracias a la extracción de carbón de sus minas. Hay relatos y fotos que recuerdan esa época.

Como les cuento, si bien es un destino poco turístico y tal vez nunca terminen de enterarse dónde está Cardiff, es un ciudad muy bonita y con unas cuantas cosas para visitar. Así que, si alguna vez sus viajes los llevan cerca de Gales, vayan a Cardiff aunque sea por un día y descubran el encanto de la tierra del dragón!

16 de diciembre de 2010

Crónicas alemanas: Historias de aeropuertos...

Sabía que mi vuelo no iba a ser sencillo desde el momento en que la TVE dijo que se estaban cancelando vuelos en Frankfurt por la nieve. Y dónde hacía conexión yo? En Frankfurt, por supuesto.

El avión salió con retraso de Madrid y yo me encontraba desinformada y con un 90% de probabilidades de pasar la noche en Frankfurt. Mentalmente empecé a practicar mi alemán rudimentario. Nada. No alcanzaba para más que "mi nombre es Cintia" y " eso es bueno"; y no veía cómo iban a poder ayudarme esas frases.

Llegamos a Frankfurt y ya había perdido mi conexión a Londres. Vagué por el aeropuerto semi cerrado (eran las 9 de la noche), en busca de algo o alguien que me dijera qué hacer. Me sentía realmente estúpida, los mostradores de la aerolínea estaban desiertos, no veía por ningún lado personal del aeropuerto y mi vuelo ya ni aparecía en las pantallas.

Debo haber tenido suficiente cara de desesperación como para que una señora de seguridad se apiadara de mi y me diera dos inútiles instrucciones que, al menos, tuvieron la fortuna de ponerme en movimiento. Anduve para acá y para allá, me sellaron el pasaporte (pensé "acá metí la pata"), subí, bajé, pregunté y sudé un poco (es que estaba muy abrigada). Finalmente llegué a un mostrador con múltiples viajantes inconexos como yo, haciendo una cola.

Me encontré con una chipriota (oriunda de Chipre) que estaba tan o más perdida que yo, y se alegró tanto de encontrar a una compañera de aventuras que no me animé a abandonarla.

Me entró una duda: a qué país pertenece Chipre? Me acordaba de haber visto un documental al respecto, pero no sabía en qué había quedado la cosa. Le pregunté y calculo que a todo el mundo le gusta hablar de su país. Me contó que en 1970, los turcos invadieron Chipre y hubo una guerra. La isla quedó dividida en dos. Los padres de ella, emigraron hacia la parte griega para reconstruir su vida. Llevaban lo puesto. Algunos familiares de ella quedaron del lado turco. Ella cree que ya no es un problema de la gente joven. Piensa que el futuro está en no buscar razones para diferenciarse, sino cosas en común.

Al lado nuestro estaba sentado un chico español, de Pamplona. Llevaba viajando 24 hs para llegar a Londres a ver a su novia. Me acordé de los encierros de toros (ya que estamos, no?) y me contó que es muy distinto a como se vé en la televisión, son 900 metros de maratón minotáurica. Cuando le pregunté si alguna vez había corrido con los toros por las calles de Pamplona, abrió los ojos como platos y me dijo "Nooo, ahí solo van los borrachos y los que están entrenados. Los que lo hacen siempre". También me dijo que no entendía mucho inglés, así que hice de traductora entre la chipriota y el pamplonés. Lo llevo en la sangre, ja! Pero se me hizo que no iban a ser amigos.

Y con la chica de Chipre lo dudé. Ella parecía muy amistosa pero en los aeropuertos uno nunca sabe. Y cuando en el control de Frankfurt la apartaron para hacerle un test de explosivos, tuve miedo. Me ví en un calabozo alemán aprendiendo a decir "Llamen a la embajada argentina!" o "Me gusta mucho el chucrut"... según se me presentaran las emergencias.

Mi poco conocimento de alemán (los números de 1 al 10) me sirvió para saber si hablaban de mi vuelo por los altoparlantes. Y, con total convencimiento de que iba a pasar la noche en Frankfurt, puse el corazón en paz y me reconcilié con la idea de que al menos tenía algunos amigos. Pero, si hay algo que lo sorprende a uno, son las sorpresas. Y resultó que me pusieron en un vuelo que salía más tarde.

Destino: Heathrow (aeropuerto de Londres), donde me esperaba Ale. Sellado el pasaporte, se me abrieron las puertas al Reino Unido. Ufff... God save the Queen!

... (continuará)

25 de agosto de 2010

Crónicas peruanas: La crisis existencial del gallo Claudio.

En las inmediaciones de mi casa vive un gallo. No sabemos exactamente dónde está. Miramos en el Google Earth pero, entre tanto alojamiento y atractivo turístico, no encontramos al gallo.

Esta temible ave, al que daré en llamar Claudio, todas las mañanas canta. Desde que en el horizonte se empieza a ver un minúsculo rayo de sol, ese momento en que, para el resto de los seres vivos, todavía es de noche; el gallo Claudio entona su primer "quiquiriquí". Y después, ya entrada la mañana, cada tanto se escucha un desganado "cocorocó", como para alertar al que todavía no se enteró que es de día.

Como verán, y aunque suene increíble, este gallo funciona.

Tanto es así que este lunes, cuando Ale se iba temprano para Casma, el gallo empezó a cantar. Con cara de sueño le pregunté: "Vos programaste tu gallo para esta hora?". Se rió. Claro, el gallo Claudio está programado para una franja horaria tan amplia que abarca la totalidad del territorio peruano; y, aún con el cambio de meridiano, también puede servir para la Argentina.

Bueno, así estaban las cosas con nuestro plumífero vecino.

Esta mañana, el gallo Claudio amaneció afónico. Al principio creí que era un perro atragantado que intentaba ladrar. Después el sonido se fue aclarando y se convirtió definitivamente en un gallo. Pero se lo escuchaba distorsionado, flemático casi. Era como un gallo adentro de un frasco de mayonesa. Exactamente.

Entre "quiquiriquís" y "cocorocós" a lo largo del día (se ve que intentaba encontrar los acordes correctos) se le fue aclarando la garganta y ya se empezó a escuchar al Claudio de siempre.

Me dejó con una duda: qué le habría pasado? Tal vez tuvo una mala noche. Un encuentro desafortunado en el "Coliseo de gallos" (lugar real en la ciudad de Trujillo). Quizás se las vió negras, enfrentado a un gallo joven y con más bríos que él, y ni siquiera quiso pelear esa noche. Los otros gallos le gritaban "Gallina!" desde la tribuna, pero tal vez Claudio no hizo nada, quizás pensó "Ya no estoy para estas cosas...".

Y esta mañana, cuando se disponía a anunciar el amanecer, se lo pensó dos veces. "Qué he hecho con mi vida?"- pensó el gallo Claudio, mientras veía como, no uno, sinó dos rayos de sol empezaban a iluminar Huanchaco.

Pero como un gallo meditabundo es de muy poco uso en este mundo... y recordando la amarga noche en el Coliseo, se decidió: "No seré un gallo peleador, pero que nadie diga que no soy un buen gallo despertador!"

"Quiquiriquí!!!" se escuchó al alba, y hasta él se dio cuenta que sonó medio feo.

22 de agosto de 2010

Crónicas peruanas: Mi Casma la quiero medio hecha.

Casma merece una crónica aparte? Sin dudarlo un instante, no. Sin embargo, no todos las crónicas pueden hablar de lugares extraordinarios… algunas son “crónicas incómodas”.

Así que acá estoy, sentada en un banco de la plaza de Casma que está llena de gente. Absolutamente todos me miran. Todavía nadie se acercó a hablarme pero asumo que, si vengo a sentarme seguido, terminarán aceptándome como parte de la plaza.

Casma es una ciudad fea. No es mi intención hacer sentir mal a los casmeños, creo que ellos ya saben que su ciudad es poco agraciada. Cada construcción parece estar a medio terminar, de los techos sobresalen fierros y ladrillos apilados que parecen indicar que la casa podría seguir creciendo. Pero no se ve gente trabajando, así que asumiré que la obra está temporalmente paralizada. Imagínense eso, pero en toda una ciudad.

Ya había visto este fenómeno en otras ciudades del Perú. Según me explicaron, parece que mientras la casa está “en construcción”, se pagan menos impuestos (beneficio que solo dura 5 años), por eso es que todo está a medio hacer. Una mera cuestión impositiva, que convierte lo que de otra manera podría ser un pueblo humilde pero terminado, en una ciudad afeada por la aparente incapacidad de sus habitantes de decir “Vieja, hasta acá llegamos”.

Una vez que uno logra apartar el hecho de la construcción medio empezada-medio terminada, se puede concentrar a nivel del mar, (a nivel del mar, dije, porque lo que es el mar en sí, está como a 20 km) donde se ven multitud de casas y garajes que hacen las veces de negocios. A todo le falta un rasqueteo y una buena capa de pintura, a la mayoría de los locales les falta luz y una puerta decente, ya que abren y cierran a través de una persiana metálica.

El transporte consiste en una variedad de autos y miles de mototaxis (ese híbrido que se consigue al unir una moto a una especie de coraza con asiento en la parte de atrás); dicen que hay 4.000 en Casma. No sé qué categoría tendrán, cada uno de los vehículos tiene nombre, están decorados con todo tipo de artilugios, hasta los he visto con luces negras; pero no son lo suficientemente roqueros como para considerarlos motoqueros… escuchan cumbia.

Recientemente, se inauguró una plazoleta bastante linda, todo el mundo va a sacarse fotos ahí. Tiene un puentecito de madera que cruza una fuente iluminada con luces de colores. Por qué no? Imagínense lo que quieran… Es Las Vegas, es el Magic Kingdom del altiplano. No me voy a pasar diez párrafos explicando por qué Casma es fea.

Lo que sí les puedo decir es que, geográficamente, toda esta zona del Perú se parece mucho al norte de la Argentina (impactantes montañas de colores, el desierto y como rareza, el mar). Pero, de alguna manera, las ciudades son distintas.



Con esto de la crisis, la empresa (miren cómo la hago sonar: “la empresa”, chan chan chan chan, un monstruo empresarial que, decidido a arruinarnos las vidas, pretende aplicarnos un recorte de presupuesto y lavarnos el cerebro, jejejeje… “The Firm” un poroto, lo quisiera ver a Tom Cruise en Casma). La empresa sacó a mi marido del bello hotel en el que estaba y lo trasladó a uno menos bonito pero más barato, llamado “El Dorado”.

Ya en el hotel anterior, fue evidente que los niveles de lujo casmeños eran otros. Mi mamá, siempre tan bella y moderna, me pregunta en qué habitación estaba:

-En la 12, por? - le respondo ilusionada. Puede ser que mi familia haya caído de visita en Casma y esté buscándome?

-Para llamarte por teléfono, hijita - me responde mi madre.

Cómo contestarle que no tenía teléfono en la habitación sin que mi madre piense que estoy viviendo en una tienda de campaña en el desierto? Me acordé de ese término que tanto les gustaba cuando mi hermano iba a “Campamento”: vivac, eso es lo que pensó mi mamá, “mi hijita adorada está viviendo en un vivac!”.

Mis padres me criaron como una princesita, no necesito decirlo. Sin dejarse intimidar por la respuesta a la incógnita anterior, mi papá me preguntó, cuando llegué a “El Dorado”, si lo estaba llamando desde la recepción. “No, Papito, no hay recepción”- dije, mientras de fondo sonaba el timbre.

Yo llegué una noche y esperé pacientemente al día siguiente para expresar mi opinión: es como la vecindad del Chavo. Se acuerdan?

Desde la calle se ve una reja y un cartel (obviamente, dorado) pero cuando uno entra es un pasillo largo con puertas y ventanas que dan a las habitaciones. Es como un patio, con macetas con flores y eso. Al final del pasillo hay una especie de quincho con una cocina gigante. Ahí se pone una mesa larga con mantel en la cual almorzamos y cenamos todos los huéspedes a un horario previamente fijado (en general, 12.30, el almuerzo y 19 hs, la cena). En este sentido, se parece a un hostel.

Se come bien, eso sí, comida peruana casera y abundante; y se mira la televisión, partidos de fútbol o la telenovela top peruana, llamada “Al fondo hay sitio”.

Al no haber ventanas en las habitaciones que den a la calle (todas dan hacia el patio) uno se siente verdaderamente en una vecindad, apartado de la pasmosa Casma.

Lo anecdótico: la reja de la puerta está cerrada con llave (el acceso al vecindario es exclusivo, loco!) así que para entrar hay que tocar un timbre que suena en todas las habitaciones. De tal manera que, si entra alguien, nos enteramos todos, sea la hora que sea. Todavía no dejo de dar saltos en la cama cada vez que suena el timbre!

Cuando llega “el Inge”, mi querido esposo, cenamos con el grupo de obreros y administrativas de la obra (que copan los aposentos de “El Dorado”) y a la cama a ver la tele. A ver la tele? No, en serio, el televisor es de 10 pulgadas y está colgado de la pared a 5 metros de la cama. Olvídense de ver un programa con subtítulos, a menos que traigan largavistas.

Entre los personajes destacados, está el hijo más chiquito de la dueña, que es un piojito con rulos que usa el patio como centro recreacional (hay autos, dinosaurios y pelotas por todos lados) y me grita cada vez que llego.

Otra cosa a tener en cuenta es que acá es costumbre decirle a las señoras “seño”, como en el colegio. Así que yo llego, toco el timbre de la vecindad y vienen a abrirme:

-Hola, seño.

-Ya (los peruanos tienen el hábito de responder “ya” para todo, es como un “bueno”, o algo así).

-Qué hay de comer, seño?

Y un bandido de medio metro me grita desde el pasillo “Hola Mamaciiiiita!”. Jajaja… qué más se puede pedir para un día casmeño?

Y así pasan mis días en Casma. Leyendo en la plazoleta, mirando tele o resolviendo sudokus en el patio de la vecindad. Es una experiencia decisiva: o te volvés loco o buscás esa glándula dentro del cerebro que secreta paciencia y adaptabilidad. Nada que temer, my darlings.

21 de agosto de 2010

Crónicas de invierno: Esposos... esa rara avis.

Demás está decir que disfruto enormemente mi vida de casada. Considero que la clave de la felicidad esta en… (Ojo que voy a decir algo importante, no vaya a ser que este momento sea trascendental y yo haya perdido la oportunidad de hacerle una introducción). Como decía, la clave de la felicidad está en aprender a disfrutar de las pequeñas cosas lindas de todos los días.

Siempre deseo tener un momento lindo, divertido o romántico cada día. Creo que con uno alcanza. Pero, el que mire con atención verá que hay muchos de estos momentos en un día. Y es aquel que aprende a disfrutarlos, quien yo considero una persona sabia. Hay que acumular felicidades porque uno nunca sabe cuándo va a ser un día triste.

Bueno, la técnica de disfrutar los momentos no siempre sale naturalmente. Pero se puede empezar por casi cualquier lado. Por ejemplo, un día me subí a un colectivo que iba lleno de gente a más no poder. Quedé parada al lado del “pata” (chico) que cobra los pasajes, quien se apiadó de mí e hizo mover a un hombre para que en su asiento cupiera yo también. Sentarse en un colectivo lleno, cuando sabés que vas a viajar media hora es un lindo momento. No olvido dónde estaba: viajando en un vehículo destartalado por las polvorosas calles trujillanas; pero hay que agradecer las pequeñas cosas.

Me estoy desviando del tema. Contaba lo de disfrutar los momentos porque quería hacer referencia a ciertos comportamientos de mi marido que me resultan un potencial motivo de asesinato y a la vez, realmente graciosos.

Me explico: Mi marido, mi esposo, mi compañero marital, sufre de tres síndromes fundamentales que limitan sustancialmente su inclusión en las tareas domésticas y hasta sociales, de todos los días.

El problema número uno: La inmovilidad sobreviniente. Dícese de aquella paralización que se produce cuando, estando en camino a realizar una acción (probablemente alguna que no es de su especial agrado) algún elemento electrónico llama su atención y lo retiene inmóvil en su lugar. Ejemplo: Digamos que le pido a mi marido, muy amablemente, que saque la basura. Una vez que tiene la bolsa en la mano y está caminando hacia la puerta de entrada, un parpadeo luminoso atrae su atención. Cual merluza suicida ante la visión de un anzuelo, gira la cabeza y mira la televisión, que le responde deslumbrándolo con una sucesión de colores y burbujas. Y ahí queda… como congelado… mirando, por ejemplo, una propaganda de champú, con la bolsa de basura en la mano y tratando de hacer el menor movimiento posible con el fin de pasar desapercibido y de retrasar (todo hombre tiene derecho a soñar) el reproche inevitable que lo sacará de su trance.

Claro que esta condición se ve agravada por la enfermedad número dos: la monopolización de los aparatos electrónicos, que mi esposo sufre así mismo.

Este problema presenta dos síntomas que son: primero, el encendido de todos los aparatos electrónicos de la casa. Me refiero al televisor, computadora, equipo de música, Ipod, etc. Todo aquello que pueda proporcionar entretenimiento y tenga un botón on/off debe estar encendido. Este síntoma puede abarcar elementos no electrónicos también, como las luces y la heladera. Aclaro que todo esto se trata del encender cosas, no incluye el apagado (o el cierre, en el caso de la heladera).

Con esta condición, tendríamos un marido encendedor, que no es tan difícil de encontrar. En general, al género masculino le gusta encender. Es como si el botón grande de un aparato lo invitara a apretarlo. Claro, para eso lo hacen tan grande, no? Malditas compañías de electrónica! Quieren que mi matrimonio fracase.

En fin, a mi compañero marital no le alcanza con encender sino que además pretende supervisar el contenido. Es decir, si la televisión, la música y la computadora están prendidas, tienen que estar pasando algo satisfactorio para él. Por qué sucede esto?

Bien, me lo he preguntado mucho y llegué a la conclusión que es “por las dudas”. Vea, señora, mi cónyuge tiene temor a la falta de entretenimiento. Son momentos vacíos para él, en los que bien podría detenerse el mundo porque nada productivo estaba sucediendo, de todos modos.

De tal manera, cuando algún aparato deja de entretenerlo por un momento, tiene a los demás. Digamos que mientras la tele pasa una publicidad que no le interesa, él lee un mail en la computadora. Y mientras una página de internet se está cargando (esos valiosos 10 segundos!) aprovecha para ver un cachito de una película.

Todo esto me lleva al tercer y último padecimiento (al menos en este plano) de mi querido marido: la atención divergente.

Sin necesidad de explayarme demasiado en el tema, mi esposo procede a interesarse continua y sucesivamente por las más diferentes cosas. Una canción le gusta y la canta, antes que termine, descubre un blog que quiere leer, y ni bien le echó una ojeada, aparece una serie en la tele que nunca vió pero que le encanta.

Y como a veces intenta combinar varias de estas actividades con funciones normales de un ser humano, su cerebro sufre una sobrecarga y se pausa por momentos. Me explico? Sabe usted lo difícil que es tratar de contestar una pregunta mientras con un ojo intenta leer los subtítulos de una película? Es muy difícil. La persona en cuestión termina…rá ha… bland…o… a…sí, claro.

Tengalo en cuanta para la próxima vez que su marido haga zapping. Para una, el zapping es una molestia pero para ellos es ver todo a la vez. Aprecie en todo su esplendor el síndrome del hiperinterés televisivo. El sujeto está más dedicado a ver qué está sucediendo en los canales siguientes, que en ver algo realmente.

Con esto no quiero decir que mi esposo haya enloquecido. No. Todo lo contrario, es un individuo en permanente desarrollo. Será eso.

11 de mayo de 2010

Crónicas peruanas: Sancochados en Cajamarca...

(Este artículo salió publicado en el diario La Nación, sección Turismo, el domingo 11 de Julio de 2010, en la edición impresa.)


10 de Mayo de 2010

Queridísimos:

Es una hermosa noche de otoño en Huanchaco. No llega el frío que yo estoy esperando, me parece que estoy demasiado alta en el hemisferio… pero como para incentivarlo, ya me pongo las medias para dormir.

Como se imaginarán, nos quedaron muchas cosas por ver en México. Entre los horarios, el agotamiento psicológico y la falta de vacaciones, se hacía bastante dificultoso pasear por la nación mexicana… Prometimos que eso no iba a sucedernos en el Perú, así que andamos como con hormigas en el pompis, tratando de escaparnos a algún lado distinto cada fin de semana.

Aunque Perú no nos facilite el acceso a los lugares tan bellos que esconde, allá vamos… llegando lentamente a todos lados!

Este fin de semana nos tocó la hermosa ciudad de Cajamarca. Conociendo las rutas peruanas, nos sorprendió gratamente una línea asfáltica casi ininterrumpida hasta el valle de Cajamarca. Hicimos los 250 km en 4 horas y media, que para estas tierras es como andar en Exocet.

De a poquito nos fuimos adentrando en la Cordillera una vez más. Empezamos a ver unos paisajes increíbles de montañas, con las laderas sembradas de distintos colores y ríos que surcaban los valles. En este tipo de geografía se puede apreciar realmente cómo se formaron las montañas… Se ven grandes franjas de piedra que cruzan las laderas, como los anillos de un árbol. También se notan las zonas donde se apretujaron las montañas y aquellas otras donde dejaron un espacio, por el que pudo pasar un glaciar, y hoy solo queda un río. Es imponente, estar en la Cordillera y pensar “esto se fue moviendo hasta quedar así”.

A la vuelta de una esquina, nos sorprendió otra cosa… esta vez con un autor mucho más terrenal: la gran presa de Gallito Ciego. Una increíble masa de agua en el embalse, que cae desde lo alto formando bruma y en los días de sol, un arcoíris. Dejamos atrás la presa y muchos pueblitos de montaña, de esos que podríamos encontrar en el norte argentino, con nombres tan curiosos como “Tembladera” o “Choten”; y que con grandes carteles se enorgullecen de ser la ciudad más soleada o el pueblo rey del camarón.

Desde el Abra del Gavilán, el punto más alto de nuestro recorrido (3.000 mt) vimos por fin el inmenso valle de Cajamarca, con la ciudad asentada en la falda de la cordillera.

Aunque mi familia lo va a negar, y se empeña en decir que nunca me orienté en Mercedes, desde que me casé con un marido cuyos instintos lo llevan indefectiblemente al lado contrario de donde debería ir; gozo de un sentido de la orientación bastante acertado… al menos desarrollé un sentido de supervivencia que me hace decir con toda seguridad “por acá no es”.

Mi marido goza de un sentido complementario, que es el de la aventura y como todo hombre que se precie de tal, puede dar vueltas por la ciudad durante horas con tal de no herir su masculinidad preguntando.

Cajamarca nos venció a los dos. Si llegamos a alguna parte fue gracias a la amabilidad de los cajamarquinos (todos ellos, porque le preguntamos direcciones al 80 % de la población, pensaron que hacíamos un censo).

Al final llegamos al centro histórico! Las calles de la ciudad son muy típicas porque los edificios conservan un estilo muy colonial, con balcones llenos de flores, faroles que cuelgan de las paredes de las casas y alerones para proteger las veredas de la lluvia o del sol. Todo está muy bien cuidado y limpio, se respetaron las fachadas originales y toda la ciudad es de colores.

En el medio del centro histórico emerge un monte llamado Apolonia, donde se sentaba el inca Atahualpa. Bajando por una escalera curiosa entre puestos de frutas y señoras indígenas, se llega a la plaza de armas. En ella se encuentran dos iglesias: la Catedral (es muy distinta ya que nunca terminaron de hacer las torres) que estaba reservada para la población española desde la llegada de Pizarro; y la Iglesia de San Francisco, para los indígenas convertidos al catolicismo.

A unos pocos pasos de la plaza principal está el famoso Cuarto del Rescate. Cuenta la historia que el jefe inca Atahualpa y el conquistador Pizarro se encontraron en Cajamarca, y luego de unos intercambios de aptitudes no muy amistosos, se armó la hecatombe y Pizarro tomó preso al inca. Lo encerró y Atahualpa tentó a los españoles diciendo que llenaría ese cuarto de oro y plata para pagar su rescate. No fue suficiente, puesto que ellos tenían pensado quedarse con el oro y la plata igualmente.

Así que el imponente indígena fue condenado a morir en ese mismo cuarto, mientras se esparcía la noticia de su encierro y se desmoronaba el imperio Inca. La frase “dos potencias se saludan” toma otro rigor en Cajamarca… dos bestias peludas, uno más malo que el otro se encontraron, y uno tenía que ganar.

Pero, muchos años antes de que esto sucediera, cuando Atahualpa todavía era un capo, invadió el valle de Cajamarca, donde vivía un pueblo indígena de agricultores. Supuestamente llegaron a un acuerdo y Atahualpa se radicó en Cajamarca donde pasó sus días sentado en el cerro Apolonio o reposando en los baños termales.

Hay una zona del valle, conocida como Baños del Inca, situada sobre una falla geológica que permite que emerjan aguas termales a 70° C. Increíblemente, el agua sulfurosa sale a borbotones en enormes piletas donde se enfría hasta que puede ser utilizada para bañarse. Uno de los cuartos, el Pozo del Inca, es donde Atahualpa se sancochaba (hervía)de a ratos, mientras resolvía los asuntos del imperio…

Nosotros, que no seremos emperadores incas (de hecho estamos más emparentados con Pizarro, ahora que lo pienso…) pero nos queríamos sancochar, nos fuimos a un hermoso hotel en la campiña. El hotel era una antigua estancia y cuenta con su propio pozo termal, desde donde el agua se transporta por acequias hacia las piletas y los baños de las habitaciones. Un lujo! Atahualpa un poroto.

Así que nos dimos unos bañitos en el agua termal, revivimos y a los 20 minutos nos sentimos morir un poco… es que se supone que no hay que quedarse más de 20 minutos. Nunca había ido a un baño termal (si obviamos la experiencia en el psiquiátrico de Huaráz), y me pareció una cosa fantástica. Es como nadar en la bañera pero al aire libre y mirando las estrellas. Que buena idea!

A la mañana siguiente nos fuimos de excursión a Cumbemayo. El recorrido empezó subiendo la montaña, desde donde se ven los grandes picos que rodean a Cajamarca. La parte más alta divide las cuencas del Océano Pacífico del Atlántico, es decir que, para un lado, todos los ríos desembocan en el Pacífico y para el otro, en el Atlántico.

También se ve un enorme hueco rosa (por la piedra volcánica) donde antes había una montaña: es la mina de Yanacocha, la 2da mina de oro más grande del mundo, responsable del 10% del presupuesto estatal del Perú.

Luego aparecieron entre las montañas, los famosos Frailones, que son grandes formaciones de piedra volcánica que se fueron erosionando hasta darles la silueta de un fraile con su hábito, solo que de 70 mts de alto. Estos fantasmas gigantes se esparcen por las montañas en lo que se llama el Bosque de Piedras, tomando a veces formas de caras o de animales. Una vez dentro de este bosque, empezamos a seguir el rastro de Cumbemayo, un acueducto pre-inca hecho en el 1000 a.C. para desviar las aguas que se escurren de las montañas. Una increíble obra de ingeniería, sobre todo si se tiene en cuenta la época en que se hizo.

No entendimos bien cuál fue el propósito de hacer semejante acueducto, porque paralelo a este, a 80 mts, corre un río muy feliz y lleno de agua, exactamente en la dirección opuesta… Debe haber sido algún capricho indígena, como quién dice… “No me gusta ese río! Quiero que vaya para el otro lado! Hagan un acueducto o los sancocho a todos!”. Pasa en las mejores civilizaciones.

Con el misterio del acueducto invertido sin resolver, terminamos la excursión y volvimos a Cajamarca. Después de almorzar, fuimos a visitar el Cuarto del Rescate. Me pareció realmente impresionante, pero algunas cosas son medio increíbles… por ejemplo está dibujada la línea que pintó Atahualpa para decir “hasta acá te lleno el cuarto de oro”. Qué se yo, ni que la hubiera hecho con marcador indeleble.

Después nos dirigimos hacia las Ventanillas de Otuzco (en el camino tuvimos la insólita experiencia de ver a una oveja viajando en taxi). Son nichos cavados en la roca de un cerro, donde se sepultaba a los muertos en la época pre-inca. Son chiquitos porque se ponían en posición fetal, acurrucaditos… no es que se murieran así, los ponían así después, creo… después del rigor mortis, no? Muy curiosas y sobre todo, impresiona lo bien conservadas que están.

Para recomponernos de un día tan fatigoso, nos metimos cual Cocoon en las aguas termales hasta que los deditos se nos arrugaron y cenamos en el restaurant del hotel. Para lo cual mi marido se puso el jogging de gala.

Al día siguiente, gracias a internet, estuvimos en búsqueda de los famosísimos helados Holanda, porque a uno se le ocurrió poner que el mejor restaurant de Cajamarca era esta heladería y allá fuimos, Ale pidió el sabor “cielo cajamarquino” que no era nada que ver con nuestra “crema del cielo”… pero también era celeste. Y fin de la aventura!

Cantando bajito volvimos a casa con el entusiasmo de haber conocido otro lugar más… eso y que la ruta estaba asfaltada, cómo cambian las prioridades!

20 de febrero de 2010

Crónicas mexicanas: 1000 km de puro México!

25 de Marzo de 2008

Jelouuu gente bella!

¿Qué hicimos este fin de semana? 1.080 km de rutas y caminos mexicanos, desde la entrada a la Sierra Norte al Mar Caribe… una locura hermosísima!

Salimos de Puebla, no muy temprano para que el Inge no se me queje… y partimos rumbo a Tepeyahualco, un pueblito que no dice mucho pero que tiene una de las pirámides más importantes de México: Cantona.

Cantona está en el desierto mismo: tierra, arena, cactus y aloe vera por todos lados. Es un conjunto de pirámides, habitáculos y demás que usó una civilización entre los años 500 y 900 d.C. Es gigante e impresionante: el recorrido dura dos horas caminando aunque vayas rápido y vale la pena. Te llenás de tierra pero hay unos paisajes hermosos y parece mentira que estés caminando entre esas pirámides que siguen en pie y tienen 1.500 años! Mi teoría es que este pueblo tenía unos glúteos muy bien formados, porque subís taaaaaantos escalones …

Justo fuimos el día del Equinoccio de Primavera, que parece que es muy importante acá… había grupos enteros vestidos de blanco y que hacían como unas ceremonias. Se paraban de cara al viento con los brazos levantados. Nosotros por las dudas nos paramos de cara al viento e hicimos lo mismo… todo suma! Cosas que no voy a entender nunca: por qué alguien iría a recorrer un yacimiento arqueológico con tacos? A mi que me expliquen eso y también por qué llevaría a un bebe.

Seguimos viaje, pasando por Tlatlauquitepec (imposible de pronunciar, yo creo que estoy adquiriendo sonidos que antes no sabía…) y llegamos a Teziutlán. Un pueblito muy lindo, de sierra, con vegetación de bosque. Visitamos la Iglesia principal, donde se estaba llevando a cabo un ritual que yo no había visto nunca: una cola de gente que llevaba dinero, que unas señoras cambiaban por fichitas como del subte de antes, y las frotaban en la escultura del Cristo crucificado y decían oraciones. Según me explicó una nena.

Después del almuerzo-merienda, seguimos camino rumbo a Zacapoaxtla, donde visitamos La Cascada de La Gloria. En un bosque hermoso, metido en el cañón que forma una montaña, vimos la cascada y paseamos un rato hasta que se hizo de nochecita y se llenó todo de luciérnagas, millones por todos lados, tantas que te chocaban y se te agarraban de la ropa... Una belleza! Ahí tuve que sufrir las quejas de Alejo, de por qué no habíamos comprado una carpa para quedarnos ahí a pasar la noche… pero ahí no vendían, así que continuamos el viaje.

En el camino a Cuetzalan, la vegetación se empieza a poner selvática y casi que se cierra sobre la ruta de montaña. El pueblito de Cuetzalan es hermoso y también una trampa mortal si vas en auto al centro: las callecitas se vuelven tan angostas y taaan empinadas que hubo momentos en que pensamos en dejar la camioneta ahí, y buscarla al otro día.

Las posibilidades de hospedaje eran casi nulas, estaba todo lleno. Ya estábamos reconciliándonos con la idea de dormir en la camio, y de repente se nos acerca un chico que ofrecía un departamento para pasar la noche. Muchos de los dueños de hoteles o edificios mandan chicos al centro para ofrecer las habitaciones. Tuve mis dudas, así que lo mandé a Alejo a investigar, mientras yo esperaba con el 911 marcado en el celular. Pero no pasó nada; uno es desconfiado, pero esta gente de pueblo es bastante buena y honesta. El departamentito resultó… conveniente, un poco sucio y no había agua caliente… pero dormimos en una cama.

A la mañana paseamos por Cuetzalan, un precioso pueblito caribeño. Lleno de puestitos de cualquier cosa y de indígenas que vendían sus mercancías. Dato: la carne, pollo y pescado se vende en la calle en tienditas sin ningún tipo de refrigeración... adiós bromatología! Vuelta a la ruta, esta vez para ir a las pirámides de Yohualichán, súper distintas a las de Cantona porque están en la selva, en medio de bananos, cafetales y frutas tropicales. Humedad: 5.000%, pero ya la extrañaba, así que me dio gusto que se me esponjara un poco el pelo!

En Yohualichán vimos el espectáculo de Los Voladores, que son unos muchachos que se suben a un palo como de 35 metros, con vestimentas típicas; bailan un rato y después se arrojan al vacío agarrados con cuerdas, girando alrededor del palo, hasta llegar al piso. Muuy curioso, te da tortícolis verlos.

Llegada a Nauzontla, con un paisaje parecido a Suiza, los pueblitos se apoyan en las laderas de las montañas y los edificios importantes están pintados de colores vivos. Muy bello pero no hubo tiempo para mucho. Seguimos camino a Xochitlán, igual de pequeño y de colorido, lleno de gente mayor en la plaza: tomando sol, charlando, mirando el mundo pasar… Y con una vista de las montañas, que te quitaba el aliento, pero ellos supongo que se habrán acostumbrado. Compramos agua y Coca-cola para el conductor, que se me iba deshidratando en el país que consume más Coca-cola en el mundo!

De vuelta a la carretera, con una breve parada para darle de comer a un caballito que se había parado en medio de la ruta, totalmente infructuoso, siguió ahí parado. Y arribamos a Zacatlán, que se hizo esperar porque anduvimos un montón por los caminos de montaña, tanto que creo que cuando llegamos, caminábamos en S. En el camino subimos a la caja a unos chicos que andaban haciendo dedo o, como se dice acá, pedían un rail. ¿Qué hay en Zacatlán? Un reloj floral muy lindo… y empanadas argentinas! Sii, encontramos el negocio de un misionero que se había venido a México y hacía empanadas ahí mismo. Pedimos una docena, para el viaje… pero no contamos con su astucia, que era de Misiones y encima instalado en México; conclusión: tuvimos que esperar las empanadas una hora. Pero valieron la pena porque eran un delicia!

Bueno, salimos para Piedras Encimadas que es un parque hermoso, para pasar el día; donde hay formaciones de piedras muy curiosas, parece que las hayan apilado, algunas adoptan formas de caras y de animales... y hasta de órganos sexuales masculinos. Supuestamente había llegado a la ciudad un grupo pseudoreligioso que visitaba Piedras Encimadas para “cargarse de energía" ¿? Lo que es yo, me “cargué” de frío nomás. En la vuelta a la ruta nos perdimos y fue una suerte porque encontramos unas cabañas de ensueño para pasar la noche. No sabemos bien todavía dónde estábamos, en algún lugar de la frontera con el estado de Hidalgo… pero la cuestión es que pasamos la noche una cabaña en el medio del bosque, desde la que se escuchaba un arroyito.

Luego de habernos enchilado (dícese del fenómeno que produce el chile en la lengua y los labios de cualquier ser humano no mexicano) con el desayuno, partimos hacia Huauchinango, que no tiene nada de guau; paseamos por el parque Las Truchas (las truchas, te las debo), donde pudimos tirarnos unas cuantas veces en la tirolesa con éxito y, cuando se llenó de gente, seguimos viaje hacia Nueva Necaxa, que tiene una presa muy linda y nada más. Ahora con rumbo al Mar Caribe, nos compramos bananas fritas, que sabían exactamente igual a papas fritas y paramos en una ciudad llamada Poza Rica, de donde se extrae petróleo para la petrolera nacional; ahí visitamos la playa y nos mojamos las patas, porque estaba fresco. Almorzamos-merendamos mariscos por ahí y nos enchilamos de nuevo; y finalmente pusimos el piloto automático hacia Puebla.

Ojalá! Nos agarró lluvia y niebla en la ruta, nos perdimos dos veces y pagamos como 4 peajes, pero llegamos a casita sanos y salvos!!! Y con un misterio: hay muchos pueblos llamados "Martínez de la Torre" o es uno solo? Porque los carteles en la ruta, cada diez kilómetros lo nombraban... hasta llegamos a pensar que andábamos en círculos. Era como el cuento ese, de la Isla del Mediodía. Ya temíamos por Martínez de la Torre, se nos apareciera en la noche y no nos dejara avanzar... de locos!

Bueno, eso es lo que hicimos este fin de semana; se me hizo un poco largo el relato, pero sabrán comprender....