20 de febrero de 2010

Crónicas mexicanas: 1000 km de puro México!

25 de Marzo de 2008

Jelouuu gente bella!

¿Qué hicimos este fin de semana? 1.080 km de rutas y caminos mexicanos, desde la entrada a la Sierra Norte al Mar Caribe… una locura hermosísima!

Salimos de Puebla, no muy temprano para que el Inge no se me queje… y partimos rumbo a Tepeyahualco, un pueblito que no dice mucho pero que tiene una de las pirámides más importantes de México: Cantona.

Cantona está en el desierto mismo: tierra, arena, cactus y aloe vera por todos lados. Es un conjunto de pirámides, habitáculos y demás que usó una civilización entre los años 500 y 900 d.C. Es gigante e impresionante: el recorrido dura dos horas caminando aunque vayas rápido y vale la pena. Te llenás de tierra pero hay unos paisajes hermosos y parece mentira que estés caminando entre esas pirámides que siguen en pie y tienen 1.500 años! Mi teoría es que este pueblo tenía unos glúteos muy bien formados, porque subís taaaaaantos escalones …

Justo fuimos el día del Equinoccio de Primavera, que parece que es muy importante acá… había grupos enteros vestidos de blanco y que hacían como unas ceremonias. Se paraban de cara al viento con los brazos levantados. Nosotros por las dudas nos paramos de cara al viento e hicimos lo mismo… todo suma! Cosas que no voy a entender nunca: por qué alguien iría a recorrer un yacimiento arqueológico con tacos? A mi que me expliquen eso y también por qué llevaría a un bebe.

Seguimos viaje, pasando por Tlatlauquitepec (imposible de pronunciar, yo creo que estoy adquiriendo sonidos que antes no sabía…) y llegamos a Teziutlán. Un pueblito muy lindo, de sierra, con vegetación de bosque. Visitamos la Iglesia principal, donde se estaba llevando a cabo un ritual que yo no había visto nunca: una cola de gente que llevaba dinero, que unas señoras cambiaban por fichitas como del subte de antes, y las frotaban en la escultura del Cristo crucificado y decían oraciones. Según me explicó una nena.

Después del almuerzo-merienda, seguimos camino rumbo a Zacapoaxtla, donde visitamos La Cascada de La Gloria. En un bosque hermoso, metido en el cañón que forma una montaña, vimos la cascada y paseamos un rato hasta que se hizo de nochecita y se llenó todo de luciérnagas, millones por todos lados, tantas que te chocaban y se te agarraban de la ropa... Una belleza! Ahí tuve que sufrir las quejas de Alejo, de por qué no habíamos comprado una carpa para quedarnos ahí a pasar la noche… pero ahí no vendían, así que continuamos el viaje.

En el camino a Cuetzalan, la vegetación se empieza a poner selvática y casi que se cierra sobre la ruta de montaña. El pueblito de Cuetzalan es hermoso y también una trampa mortal si vas en auto al centro: las callecitas se vuelven tan angostas y taaan empinadas que hubo momentos en que pensamos en dejar la camioneta ahí, y buscarla al otro día.

Las posibilidades de hospedaje eran casi nulas, estaba todo lleno. Ya estábamos reconciliándonos con la idea de dormir en la camio, y de repente se nos acerca un chico que ofrecía un departamento para pasar la noche. Muchos de los dueños de hoteles o edificios mandan chicos al centro para ofrecer las habitaciones. Tuve mis dudas, así que lo mandé a Alejo a investigar, mientras yo esperaba con el 911 marcado en el celular. Pero no pasó nada; uno es desconfiado, pero esta gente de pueblo es bastante buena y honesta. El departamentito resultó… conveniente, un poco sucio y no había agua caliente… pero dormimos en una cama.

A la mañana paseamos por Cuetzalan, un precioso pueblito caribeño. Lleno de puestitos de cualquier cosa y de indígenas que vendían sus mercancías. Dato: la carne, pollo y pescado se vende en la calle en tienditas sin ningún tipo de refrigeración... adiós bromatología! Vuelta a la ruta, esta vez para ir a las pirámides de Yohualichán, súper distintas a las de Cantona porque están en la selva, en medio de bananos, cafetales y frutas tropicales. Humedad: 5.000%, pero ya la extrañaba, así que me dio gusto que se me esponjara un poco el pelo!

En Yohualichán vimos el espectáculo de Los Voladores, que son unos muchachos que se suben a un palo como de 35 metros, con vestimentas típicas; bailan un rato y después se arrojan al vacío agarrados con cuerdas, girando alrededor del palo, hasta llegar al piso. Muuy curioso, te da tortícolis verlos.

Llegada a Nauzontla, con un paisaje parecido a Suiza, los pueblitos se apoyan en las laderas de las montañas y los edificios importantes están pintados de colores vivos. Muy bello pero no hubo tiempo para mucho. Seguimos camino a Xochitlán, igual de pequeño y de colorido, lleno de gente mayor en la plaza: tomando sol, charlando, mirando el mundo pasar… Y con una vista de las montañas, que te quitaba el aliento, pero ellos supongo que se habrán acostumbrado. Compramos agua y Coca-cola para el conductor, que se me iba deshidratando en el país que consume más Coca-cola en el mundo!

De vuelta a la carretera, con una breve parada para darle de comer a un caballito que se había parado en medio de la ruta, totalmente infructuoso, siguió ahí parado. Y arribamos a Zacatlán, que se hizo esperar porque anduvimos un montón por los caminos de montaña, tanto que creo que cuando llegamos, caminábamos en S. En el camino subimos a la caja a unos chicos que andaban haciendo dedo o, como se dice acá, pedían un rail. ¿Qué hay en Zacatlán? Un reloj floral muy lindo… y empanadas argentinas! Sii, encontramos el negocio de un misionero que se había venido a México y hacía empanadas ahí mismo. Pedimos una docena, para el viaje… pero no contamos con su astucia, que era de Misiones y encima instalado en México; conclusión: tuvimos que esperar las empanadas una hora. Pero valieron la pena porque eran un delicia!

Bueno, salimos para Piedras Encimadas que es un parque hermoso, para pasar el día; donde hay formaciones de piedras muy curiosas, parece que las hayan apilado, algunas adoptan formas de caras y de animales... y hasta de órganos sexuales masculinos. Supuestamente había llegado a la ciudad un grupo pseudoreligioso que visitaba Piedras Encimadas para “cargarse de energía" ¿? Lo que es yo, me “cargué” de frío nomás. En la vuelta a la ruta nos perdimos y fue una suerte porque encontramos unas cabañas de ensueño para pasar la noche. No sabemos bien todavía dónde estábamos, en algún lugar de la frontera con el estado de Hidalgo… pero la cuestión es que pasamos la noche una cabaña en el medio del bosque, desde la que se escuchaba un arroyito.

Luego de habernos enchilado (dícese del fenómeno que produce el chile en la lengua y los labios de cualquier ser humano no mexicano) con el desayuno, partimos hacia Huauchinango, que no tiene nada de guau; paseamos por el parque Las Truchas (las truchas, te las debo), donde pudimos tirarnos unas cuantas veces en la tirolesa con éxito y, cuando se llenó de gente, seguimos viaje hacia Nueva Necaxa, que tiene una presa muy linda y nada más. Ahora con rumbo al Mar Caribe, nos compramos bananas fritas, que sabían exactamente igual a papas fritas y paramos en una ciudad llamada Poza Rica, de donde se extrae petróleo para la petrolera nacional; ahí visitamos la playa y nos mojamos las patas, porque estaba fresco. Almorzamos-merendamos mariscos por ahí y nos enchilamos de nuevo; y finalmente pusimos el piloto automático hacia Puebla.

Ojalá! Nos agarró lluvia y niebla en la ruta, nos perdimos dos veces y pagamos como 4 peajes, pero llegamos a casita sanos y salvos!!! Y con un misterio: hay muchos pueblos llamados "Martínez de la Torre" o es uno solo? Porque los carteles en la ruta, cada diez kilómetros lo nombraban... hasta llegamos a pensar que andábamos en círculos. Era como el cuento ese, de la Isla del Mediodía. Ya temíamos por Martínez de la Torre, se nos apareciera en la noche y no nos dejara avanzar... de locos!

Bueno, eso es lo que hicimos este fin de semana; se me hizo un poco largo el relato, pero sabrán comprender....