25 de agosto de 2010

Crónicas peruanas: La crisis existencial del gallo Claudio.

En las inmediaciones de mi casa vive un gallo. No sabemos exactamente dónde está. Miramos en el Google Earth pero, entre tanto alojamiento y atractivo turístico, no encontramos al gallo.

Esta temible ave, al que daré en llamar Claudio, todas las mañanas canta. Desde que en el horizonte se empieza a ver un minúsculo rayo de sol, ese momento en que, para el resto de los seres vivos, todavía es de noche; el gallo Claudio entona su primer "quiquiriquí". Y después, ya entrada la mañana, cada tanto se escucha un desganado "cocorocó", como para alertar al que todavía no se enteró que es de día.

Como verán, y aunque suene increíble, este gallo funciona.

Tanto es así que este lunes, cuando Ale se iba temprano para Casma, el gallo empezó a cantar. Con cara de sueño le pregunté: "Vos programaste tu gallo para esta hora?". Se rió. Claro, el gallo Claudio está programado para una franja horaria tan amplia que abarca la totalidad del territorio peruano; y, aún con el cambio de meridiano, también puede servir para la Argentina.

Bueno, así estaban las cosas con nuestro plumífero vecino.

Esta mañana, el gallo Claudio amaneció afónico. Al principio creí que era un perro atragantado que intentaba ladrar. Después el sonido se fue aclarando y se convirtió definitivamente en un gallo. Pero se lo escuchaba distorsionado, flemático casi. Era como un gallo adentro de un frasco de mayonesa. Exactamente.

Entre "quiquiriquís" y "cocorocós" a lo largo del día (se ve que intentaba encontrar los acordes correctos) se le fue aclarando la garganta y ya se empezó a escuchar al Claudio de siempre.

Me dejó con una duda: qué le habría pasado? Tal vez tuvo una mala noche. Un encuentro desafortunado en el "Coliseo de gallos" (lugar real en la ciudad de Trujillo). Quizás se las vió negras, enfrentado a un gallo joven y con más bríos que él, y ni siquiera quiso pelear esa noche. Los otros gallos le gritaban "Gallina!" desde la tribuna, pero tal vez Claudio no hizo nada, quizás pensó "Ya no estoy para estas cosas...".

Y esta mañana, cuando se disponía a anunciar el amanecer, se lo pensó dos veces. "Qué he hecho con mi vida?"- pensó el gallo Claudio, mientras veía como, no uno, sinó dos rayos de sol empezaban a iluminar Huanchaco.

Pero como un gallo meditabundo es de muy poco uso en este mundo... y recordando la amarga noche en el Coliseo, se decidió: "No seré un gallo peleador, pero que nadie diga que no soy un buen gallo despertador!"

"Quiquiriquí!!!" se escuchó al alba, y hasta él se dio cuenta que sonó medio feo.

22 de agosto de 2010

Crónicas peruanas: Mi Casma la quiero medio hecha.

Casma merece una crónica aparte? Sin dudarlo un instante, no. Sin embargo, no todos las crónicas pueden hablar de lugares extraordinarios… algunas son “crónicas incómodas”.

Así que acá estoy, sentada en un banco de la plaza de Casma que está llena de gente. Absolutamente todos me miran. Todavía nadie se acercó a hablarme pero asumo que, si vengo a sentarme seguido, terminarán aceptándome como parte de la plaza.

Casma es una ciudad fea. No es mi intención hacer sentir mal a los casmeños, creo que ellos ya saben que su ciudad es poco agraciada. Cada construcción parece estar a medio terminar, de los techos sobresalen fierros y ladrillos apilados que parecen indicar que la casa podría seguir creciendo. Pero no se ve gente trabajando, así que asumiré que la obra está temporalmente paralizada. Imagínense eso, pero en toda una ciudad.

Ya había visto este fenómeno en otras ciudades del Perú. Según me explicaron, parece que mientras la casa está “en construcción”, se pagan menos impuestos (beneficio que solo dura 5 años), por eso es que todo está a medio hacer. Una mera cuestión impositiva, que convierte lo que de otra manera podría ser un pueblo humilde pero terminado, en una ciudad afeada por la aparente incapacidad de sus habitantes de decir “Vieja, hasta acá llegamos”.

Una vez que uno logra apartar el hecho de la construcción medio empezada-medio terminada, se puede concentrar a nivel del mar, (a nivel del mar, dije, porque lo que es el mar en sí, está como a 20 km) donde se ven multitud de casas y garajes que hacen las veces de negocios. A todo le falta un rasqueteo y una buena capa de pintura, a la mayoría de los locales les falta luz y una puerta decente, ya que abren y cierran a través de una persiana metálica.

El transporte consiste en una variedad de autos y miles de mototaxis (ese híbrido que se consigue al unir una moto a una especie de coraza con asiento en la parte de atrás); dicen que hay 4.000 en Casma. No sé qué categoría tendrán, cada uno de los vehículos tiene nombre, están decorados con todo tipo de artilugios, hasta los he visto con luces negras; pero no son lo suficientemente roqueros como para considerarlos motoqueros… escuchan cumbia.

Recientemente, se inauguró una plazoleta bastante linda, todo el mundo va a sacarse fotos ahí. Tiene un puentecito de madera que cruza una fuente iluminada con luces de colores. Por qué no? Imagínense lo que quieran… Es Las Vegas, es el Magic Kingdom del altiplano. No me voy a pasar diez párrafos explicando por qué Casma es fea.

Lo que sí les puedo decir es que, geográficamente, toda esta zona del Perú se parece mucho al norte de la Argentina (impactantes montañas de colores, el desierto y como rareza, el mar). Pero, de alguna manera, las ciudades son distintas.



Con esto de la crisis, la empresa (miren cómo la hago sonar: “la empresa”, chan chan chan chan, un monstruo empresarial que, decidido a arruinarnos las vidas, pretende aplicarnos un recorte de presupuesto y lavarnos el cerebro, jejejeje… “The Firm” un poroto, lo quisiera ver a Tom Cruise en Casma). La empresa sacó a mi marido del bello hotel en el que estaba y lo trasladó a uno menos bonito pero más barato, llamado “El Dorado”.

Ya en el hotel anterior, fue evidente que los niveles de lujo casmeños eran otros. Mi mamá, siempre tan bella y moderna, me pregunta en qué habitación estaba:

-En la 12, por? - le respondo ilusionada. Puede ser que mi familia haya caído de visita en Casma y esté buscándome?

-Para llamarte por teléfono, hijita - me responde mi madre.

Cómo contestarle que no tenía teléfono en la habitación sin que mi madre piense que estoy viviendo en una tienda de campaña en el desierto? Me acordé de ese término que tanto les gustaba cuando mi hermano iba a “Campamento”: vivac, eso es lo que pensó mi mamá, “mi hijita adorada está viviendo en un vivac!”.

Mis padres me criaron como una princesita, no necesito decirlo. Sin dejarse intimidar por la respuesta a la incógnita anterior, mi papá me preguntó, cuando llegué a “El Dorado”, si lo estaba llamando desde la recepción. “No, Papito, no hay recepción”- dije, mientras de fondo sonaba el timbre.

Yo llegué una noche y esperé pacientemente al día siguiente para expresar mi opinión: es como la vecindad del Chavo. Se acuerdan?

Desde la calle se ve una reja y un cartel (obviamente, dorado) pero cuando uno entra es un pasillo largo con puertas y ventanas que dan a las habitaciones. Es como un patio, con macetas con flores y eso. Al final del pasillo hay una especie de quincho con una cocina gigante. Ahí se pone una mesa larga con mantel en la cual almorzamos y cenamos todos los huéspedes a un horario previamente fijado (en general, 12.30, el almuerzo y 19 hs, la cena). En este sentido, se parece a un hostel.

Se come bien, eso sí, comida peruana casera y abundante; y se mira la televisión, partidos de fútbol o la telenovela top peruana, llamada “Al fondo hay sitio”.

Al no haber ventanas en las habitaciones que den a la calle (todas dan hacia el patio) uno se siente verdaderamente en una vecindad, apartado de la pasmosa Casma.

Lo anecdótico: la reja de la puerta está cerrada con llave (el acceso al vecindario es exclusivo, loco!) así que para entrar hay que tocar un timbre que suena en todas las habitaciones. De tal manera que, si entra alguien, nos enteramos todos, sea la hora que sea. Todavía no dejo de dar saltos en la cama cada vez que suena el timbre!

Cuando llega “el Inge”, mi querido esposo, cenamos con el grupo de obreros y administrativas de la obra (que copan los aposentos de “El Dorado”) y a la cama a ver la tele. A ver la tele? No, en serio, el televisor es de 10 pulgadas y está colgado de la pared a 5 metros de la cama. Olvídense de ver un programa con subtítulos, a menos que traigan largavistas.

Entre los personajes destacados, está el hijo más chiquito de la dueña, que es un piojito con rulos que usa el patio como centro recreacional (hay autos, dinosaurios y pelotas por todos lados) y me grita cada vez que llego.

Otra cosa a tener en cuenta es que acá es costumbre decirle a las señoras “seño”, como en el colegio. Así que yo llego, toco el timbre de la vecindad y vienen a abrirme:

-Hola, seño.

-Ya (los peruanos tienen el hábito de responder “ya” para todo, es como un “bueno”, o algo así).

-Qué hay de comer, seño?

Y un bandido de medio metro me grita desde el pasillo “Hola Mamaciiiiita!”. Jajaja… qué más se puede pedir para un día casmeño?

Y así pasan mis días en Casma. Leyendo en la plazoleta, mirando tele o resolviendo sudokus en el patio de la vecindad. Es una experiencia decisiva: o te volvés loco o buscás esa glándula dentro del cerebro que secreta paciencia y adaptabilidad. Nada que temer, my darlings.

21 de agosto de 2010

Crónicas de invierno: Esposos... esa rara avis.

Demás está decir que disfruto enormemente mi vida de casada. Considero que la clave de la felicidad esta en… (Ojo que voy a decir algo importante, no vaya a ser que este momento sea trascendental y yo haya perdido la oportunidad de hacerle una introducción). Como decía, la clave de la felicidad está en aprender a disfrutar de las pequeñas cosas lindas de todos los días.

Siempre deseo tener un momento lindo, divertido o romántico cada día. Creo que con uno alcanza. Pero, el que mire con atención verá que hay muchos de estos momentos en un día. Y es aquel que aprende a disfrutarlos, quien yo considero una persona sabia. Hay que acumular felicidades porque uno nunca sabe cuándo va a ser un día triste.

Bueno, la técnica de disfrutar los momentos no siempre sale naturalmente. Pero se puede empezar por casi cualquier lado. Por ejemplo, un día me subí a un colectivo que iba lleno de gente a más no poder. Quedé parada al lado del “pata” (chico) que cobra los pasajes, quien se apiadó de mí e hizo mover a un hombre para que en su asiento cupiera yo también. Sentarse en un colectivo lleno, cuando sabés que vas a viajar media hora es un lindo momento. No olvido dónde estaba: viajando en un vehículo destartalado por las polvorosas calles trujillanas; pero hay que agradecer las pequeñas cosas.

Me estoy desviando del tema. Contaba lo de disfrutar los momentos porque quería hacer referencia a ciertos comportamientos de mi marido que me resultan un potencial motivo de asesinato y a la vez, realmente graciosos.

Me explico: Mi marido, mi esposo, mi compañero marital, sufre de tres síndromes fundamentales que limitan sustancialmente su inclusión en las tareas domésticas y hasta sociales, de todos los días.

El problema número uno: La inmovilidad sobreviniente. Dícese de aquella paralización que se produce cuando, estando en camino a realizar una acción (probablemente alguna que no es de su especial agrado) algún elemento electrónico llama su atención y lo retiene inmóvil en su lugar. Ejemplo: Digamos que le pido a mi marido, muy amablemente, que saque la basura. Una vez que tiene la bolsa en la mano y está caminando hacia la puerta de entrada, un parpadeo luminoso atrae su atención. Cual merluza suicida ante la visión de un anzuelo, gira la cabeza y mira la televisión, que le responde deslumbrándolo con una sucesión de colores y burbujas. Y ahí queda… como congelado… mirando, por ejemplo, una propaganda de champú, con la bolsa de basura en la mano y tratando de hacer el menor movimiento posible con el fin de pasar desapercibido y de retrasar (todo hombre tiene derecho a soñar) el reproche inevitable que lo sacará de su trance.

Claro que esta condición se ve agravada por la enfermedad número dos: la monopolización de los aparatos electrónicos, que mi esposo sufre así mismo.

Este problema presenta dos síntomas que son: primero, el encendido de todos los aparatos electrónicos de la casa. Me refiero al televisor, computadora, equipo de música, Ipod, etc. Todo aquello que pueda proporcionar entretenimiento y tenga un botón on/off debe estar encendido. Este síntoma puede abarcar elementos no electrónicos también, como las luces y la heladera. Aclaro que todo esto se trata del encender cosas, no incluye el apagado (o el cierre, en el caso de la heladera).

Con esta condición, tendríamos un marido encendedor, que no es tan difícil de encontrar. En general, al género masculino le gusta encender. Es como si el botón grande de un aparato lo invitara a apretarlo. Claro, para eso lo hacen tan grande, no? Malditas compañías de electrónica! Quieren que mi matrimonio fracase.

En fin, a mi compañero marital no le alcanza con encender sino que además pretende supervisar el contenido. Es decir, si la televisión, la música y la computadora están prendidas, tienen que estar pasando algo satisfactorio para él. Por qué sucede esto?

Bien, me lo he preguntado mucho y llegué a la conclusión que es “por las dudas”. Vea, señora, mi cónyuge tiene temor a la falta de entretenimiento. Son momentos vacíos para él, en los que bien podría detenerse el mundo porque nada productivo estaba sucediendo, de todos modos.

De tal manera, cuando algún aparato deja de entretenerlo por un momento, tiene a los demás. Digamos que mientras la tele pasa una publicidad que no le interesa, él lee un mail en la computadora. Y mientras una página de internet se está cargando (esos valiosos 10 segundos!) aprovecha para ver un cachito de una película.

Todo esto me lleva al tercer y último padecimiento (al menos en este plano) de mi querido marido: la atención divergente.

Sin necesidad de explayarme demasiado en el tema, mi esposo procede a interesarse continua y sucesivamente por las más diferentes cosas. Una canción le gusta y la canta, antes que termine, descubre un blog que quiere leer, y ni bien le echó una ojeada, aparece una serie en la tele que nunca vió pero que le encanta.

Y como a veces intenta combinar varias de estas actividades con funciones normales de un ser humano, su cerebro sufre una sobrecarga y se pausa por momentos. Me explico? Sabe usted lo difícil que es tratar de contestar una pregunta mientras con un ojo intenta leer los subtítulos de una película? Es muy difícil. La persona en cuestión termina…rá ha… bland…o… a…sí, claro.

Tengalo en cuanta para la próxima vez que su marido haga zapping. Para una, el zapping es una molestia pero para ellos es ver todo a la vez. Aprecie en todo su esplendor el síndrome del hiperinterés televisivo. El sujeto está más dedicado a ver qué está sucediendo en los canales siguientes, que en ver algo realmente.

Con esto no quiero decir que mi esposo haya enloquecido. No. Todo lo contrario, es un individuo en permanente desarrollo. Será eso.