3 de diciembre de 2014

El lejano norte


Lo bueno de estar en un país semi salvaje es que uno siente que está descubriéndolo por su cuenta. Es tan diferente de viajar por Europa, por ejemplo, donde cada uno va por la huella que dejaron cientos de turistas antes… hasta puede suceder que te encuentres con la misma gente en los mismos lugares. Nos pasó en la Luna de Miel: veíamos a los mismos en cada lugar que visitábamos. Ahora, todos a la playa roja, ahora a la playa negra, esta noche cena en el barrio de Plaka… como si fuéramos en un gran tour llamado “la primera quincena de septiembre en Grecia”. Eso tiene su lado positivo porque hace que viajar sea fácil, placentero. Uno sabe lo que vio y lo que le falta visitar, puede calcular tiempos, excursiones, diseñar el viaje a gusto de cada viajero.

Nueva Zelanda es diferente. Tiene sus propios tiempos que no son los de un turista apurado precisamente. Por decir algo a modo de ejemplo, las distancias que indica el mapa son muy diferentes en la vida real. Esos magníficos 300 kilómetros por el bosque que marcaba el Google Maps y que pensábamos recorrer en un par de horas, se convierten rápidamente en una carretera poco confortable (en parte, debido a las proporciones de preparado y piedra que usaron para construirla, le debo esta información a mis 5 horas en el auto con 3 ingenieros civiles) de un carril y medio de ancho (contando los dos sentidos) que zigzaguea por el bosque, provocando mareos a embarazados y no embarazados por igual.

27 de noviembre de 2014

Los Ciudadanos del Mundo (Male P.)



Magdalena Piñero, o simplemente “Male” , comenzó con las mudanzas cuando era chica. Quizás esa primera experiencia fue lo que la impulsó a embarcarse, muchos años después, en una aventura que parecía soñada. Su entusiasmo y su curiosidad por todo aquello que la rodea (sin importar si se encuentra en Nueva York, Vietnam o en medio de una tribu indígena) se trasluce cuando se pone detrás de la cámara. A través de ella combina sus dos pasiones: los viajes y la fotografía y comparte con el mundo el maravilloso resultado en su página “Say Cheese to the World” (https://www.facebook.com/saycheesetotheworld). Los invito a compartir la historia de esta argentina que está viviendo su propia versión del “sueño americano”…
¿Cuándo empieza tu historia, Male?
–Nací en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires. Viví mi infancia en una ciudad tranquila y segura, donde pude disfrutar mis tardes jugando en la vereda, andando en bici con amigas, disfrutando el verde y el campo. A los diez años, por razones laborales de mis padres, me mudé a Capital Federal y me adapté muy bien a ella. Tanto que hoy extraño mucho Buenos Aires y disfruto mucho cada vez que vuelvo.

18 de noviembre de 2014

Los gusanos brillantes de Waitomo



Hay maravillas de la naturaleza que son tan pequeñas que casi pasan desapercibidas. Aunque éste podría haber sido el caso de los gusanos brillantes, no lo fue gracias a dos exploradores (uno maorí y otro inglés) que en el año 1887 se adentraron en las misteriosas cuevas de Waitomo (maorí para “corriente que fluye dentro de un agujero en la tierra”) con poco más que unas velas. Es de admirar el coraje de estos exploradores porque lo que es yo, ni en el 2014 que corre, me hubiera metido por aquella hendidura en la roca sin saber lo que podía encontrar. Aunque en el interior me esperara un pequeño fenómeno de la naturaleza.

A las cuevas de Waitomo se accede ahora por un moderno centro de información en medio del bosque. Por dentro, las cuevas son de piedra caliza que se formó hace 30 millones de años debajo del mar. Sus paredes muestran vetas de diferentes colores e incluso contienen restos fósiles de esqueletos de peces, moluscos y corales. Cuando los movimientos de las placas tectónicas comenzaron a empujar grandes masas de tierra por esta zona de Nueva Zelanda, las cuevas salieron a la superficie. Con el paso del tiempo, el agua de lluvia se empezó a colar dentro y comenzó a gastar la piedra caliza para crear curiosas estructuras en forma de conos llamadas estalactitas y estalagmitas, según si la base está en el techo de la cueva o en el suelo. Su formación es terriblemente lenta (un centímetro cúbico cada 100 años) y se asemejan a los castillos de arena mojada en la playa. Cuando se unen una estalactita y una estalagmita, se forma una extraña columna que parece derretida.

11 de noviembre de 2014

Nueva Zelanda burbujeante bajo la superficie


Desde Auckland, casi todo Nueva Zelanda queda hacia el sur (y hay mucho, porque el país tiene unos 1.600 kilómetros de largo aunque unos escasos 400 de ancho), así que hacia el sur fuimos, tan lejos como nos lo permitiera el corto fin de semana.

Nuestra primera parada fue el pueblito de Cambridge, a una hora de Auckland y que era territorio conocido para Ale porque por esa zona está la obra que estudia. Cambridge nos esperaba con todas sus galas: con un mercado de variedades en la calle principal (cuando digo variedades, me refiero a cosas útiles como mermeladas y libros, y también a todo tipo de antigüedades y porquerías) y con la banda local tocando música escocesa mientras los lugareños desayunaban en mesitas al sol. También nosotros desayunamos al sol y disfrutamos un rato de este pueblito tan pintoresco y tan parecido a los que salen en las películas, con mujeres que vendían galletas caseras y señores con delantales que asaban salchichas.

29 de octubre de 2014

Paciencia al estilo kiwi


El aislamiento geográfico de Nueva Zelanda no es una novedad, durante 80 millones de años estuvo lejos y además deshabitado. Fue el último gran territorio del mundo en ser poblado, recién entre 1250 y 1300 un grupo de polinesios decidió instalarse en la zona, iniciando lo que luego se convirtió en la cultura Maorí. Su curiosa ubicación también creó en este lugar un ecosistema único en el mundo, donde las aves como el kiwi, el kakapo y el takahe no vuelan porque nunca tuvieron depredador natural y las especies como los conejos o las ratas se vuelven plaga rápidamente y aterrorizan a los agricultores por la misma razón.


Aunque desde la llegada del hombre se cree que casi el 50% de las especies de vertebrados se extinguieron, la gran riqueza de Nueva Zelanda sigue siendo principalmente su naturaleza. Y poca naturaleza íbamos a ver desde el centro de Auckland, así que había que empezar a moverse. Aunque el tiempo no nos acompañó, el primer fin de semana de aventuras nos fuimos a la vecina isla de Rangitoto.

14 de octubre de 2014

Crónicas neozelandesas: Acá vamos de nuevo...




Mi primer acercamiento a la cultura neozelandesa fue que descargué (ilegalmente, debo admitirlo) el libro “El Señor de los Anillos”. No sé qué me hizo pensar que podría leer el libro cuando me había quedado dormida durante los primeros 15 minutos de la película… dos veces. Como “plan B”, agarré un libro amarillento proveniente de las amplias y misteriosas estanterías de la casa de mis padres: “El pájaro canta hasta morir”, cuya historia sucede en parte en Nueva Zelanda y en parte en Australia. También había sobre la mesa del escritorio (dejado ahí a propósito por mi marido) una guía Lonely Planet de Nueva Zelanda. Pero eso no me atrajo en lo más mínimo. “A dónde ir”, “qué ver”, etcétera, son datos poco relevantes para quien se traslada un poco a regañadientes a la otra punta del planeta.

Para serles completamente sincera, ya a esa altura estaba cansada de que la gente me hablara maravillas de Nueva Zelanda. No se olviden de que para mí, cada nuevo lugar puede ser “mi lugar en el mundo” y temía encontrarme eso. Y tan lejos… ese era el miedo: que el paraíso en la tierra quede tan lejos de mi casa. La casa antigua y la nueva, que ahora está en Madrid, flamante y esperando que nos dejemos de pavear por el mundo y la usemos un poco.

18 de agosto de 2014

Verde Copenhague


 Antes de hablar de Copenhague, o tal vez para hablar de eso precisamente, me gustaría contarles sobre una tradición que tenemos con mi Mamá: cada vez que nos estamos por separar (ya sea porque yo fui a la Argentina o ella vino a donde sea que esté), ella me esconde papelitos con mensajes entre la ropa, en la valija y hasta en mi cartera. Es una tradición que empezó hace mucho tiempo, en las primeras despedidas y, aunque cada nuevo mensajito me arranca unas lágrimas, es como si ella estuviera conmigo en el momento que lo encuentro. A veces los descubro todos durante los primeros días y algunas veces, debo admitirlo, los busco con ilusión. Al principio yo también le dejaba papelitos a ella, pero me ponía a llorar en mismo instante en que los empezaba a escribir, así que dejé de hacerlo. ¡Prometo juntar coraje para el próximo viaje!

Al bajar del tren en la estación de Copenhague, llovía copiosamente (aunque les juro que mientras aterrizábamos era un día espléndido de sol). Me metí en un negocio de la estación que vendía paraguas y compré uno, sin saber bien cuánto costaba porque todavía estaba sorprendida de que en Dinamarca no hubiera euros (la moneda local es el kron, que me sonó a bestia mitológica). El indio que atendía el negocio me saludó con una sonrisa, mientras observaba a los clientes que se le acumulaban junto a la caja registradora. Todos, indefectiblemente, con un paraguas en la mano.

7 de julio de 2014

Beijing prohibida

Beijing me causó una impresión muy profunda y un recuerdo que tal vez no olvide nunca. Fue la primera vez, en un viaje de 12 días por China, en que sentí las restricciones con las que se vive en aquel país. Hasta ese momento estaba viajando por una tierra desconocida, de curiosas tradiciones, con dificultades para comunicarnos y gastronomía insólita. En Beijing viví la otra China, la que mezquina derechos humanos.

No me gusta dejar crónicas sin escribir. Todavía me persigue el recuerdo de San Francisco, la ciudad no narrada… Quizás sea porque las crónicas las escribo para mí, porque estoy segura que algún día me voy a empezar a olvidar de todas estas aventuras maravillosas y no quiero que eso suceda. O, mejor dicho, cuando eso suceda, quiero tener escrita la mayor cantidad de aventuras así las puedo revivir leyéndolas. Mis crónicas son como fotos pero de sensaciones, recuerdos y retazos de información que quiero guardar para después y el proceso de escribirlas es mucho más complejo de lo que parece. No basta con leer interminables artículos en la Wikipedia y ver una y otra vez las fotos del viaje. Se necesita una oración, LA oración que desencadena una crónica. Funciona así, no me cuestionen. Así que acá voy… empiezo una crónica realmente atrasada, con seis meses de olvidos y muchos viajes en el medio.

Primero lo primero. Debo admitir que a esta altura del viaje estaba un tanto cansada. Hacía muchos días que tenía frío (los recortes energéticos en China se sienten en la falta de calefacción en casi todos lados), los chinos me tenían podrida con sus escupitajos permanentes, la comida no estaba cubriendo mis necesidades alimenticias (fluctuaba entre los estados de “me quedé con hambre” y “no sé si me gustó eso”) y la convivencia con mi familia política empezaba a cruzar esa línea en la que todos nos molestamos simultáneamente. Así que Beijing, con todas las maravillas que tenía para ofrecernos, tuvo que lidiar con una Cinti fastidiada.

La ciudad se llama Beijing pero muchos de nosotros la conocemos como Pekín, que no es más que la romanización antigua de los caracteres chinos, y la traducción aceptada al español. Tiene más de tres milenios de historia, es la capital de China y la segunda ciudad más poblada del país (luego de Shanghái), con más de 21 millones de habitantes. Considero conveniente, llegados a este punto, transmitirles mi brevísima versión de la historia de China para principiantes: primero estaban los Reinos Combatientes esparcidos por el territorio, luego se unieron bajo el mando de Qin, el primer emperador y el que dio origen al nombre “China”, después vinieron una serie de dinastías indistinguibles (entre ellos los Tang, que me los acuerdo por el jugo), en el siglo XIII los invadieron los Mongoles, la dinastía Ming los destronó y China vivó su época dorada (e hizo unos cuantos jarrones), en 1912, luego de revueltas y guerras, se instauró la Republica China y en 1949 el Partido Comunista Chino, al mando de Mao Zedong, tomó el poder y el país se convirtió en la actual República Popular de China: partido único. Más claro, imposible. Pueden rellenar los huecos leyendo algún artículo pertinente.


Era 31 de diciembre a la noche y, siguiendo la tradición familiar, fuimos a cenar a uno de los mejores restaurantes de la ciudad, el Dadong Roast Duck, cuyo plato estrella es (adivinen) el pato pekinés o pato laqueado. El restaurante estaba lleno de gente, extranjeros y todo y, mientras nos llevaban a nuestra mesa, pasamos por las fogatas en las que se cocinaban los patos. En cuanto estuvieron listos los nuestros (habíamos pedido dos, con la idea de hacernos un festín) vinieron a la mesa a mostrárnoslos, con sus largos cuellos doblados y sus cabezas colgando, brillantes de laqueado. Nos frotamos las manos mentalmente… Nos trajeron unas tortillitas, salsas y demás ingredientes que se usan para armar una especie de taco de pato. Primero vino un plato con la piel crujiente (la figura de esta comida) y después vinieron dos o tres platitos más con la carne. Armamos nuestros mini tacos aviares, que estaban deliciosos y luego de un rato asumimos que no venía nada más. Algo me dice que de todo el pato que vimos cuando vinieron a presentárnoslo, solo comimos una pequeña porción… No sé si es lo usual o es lo turístico, pero eso es lo que pasa cuando uno está de aventuras por países desconocidos, anda como turco en la neblina. Pedimos un arroz porque nos habíamos quedado con hambre; el otro plato estrella del restaurante era nuestro archienemigo el pepino de mar y no queríamos volver a tener esa experiencia.*

Para volver al hotel (a las 11 de la noche, puesto que el restaurant cerraba), esperamos que algún taxi nos recogiera pero parecía una tarea imposible, hasta que una combi pintada como transporte escolar se detuvo, Ale y uno de mis cuñados negociaron el precio y la conductora (part-time profesora de historia de un colegio) nos llevó a todos al hotel. Esas cosas pasan en China. Las doce de la noche llegaron sin más pompa que nuestros humildes festejos en el bar del hotel. Al lado teníamos una mesa de españoles que también habían decidido ir a pasar el Año Nuevo a, probablemente, el único país del mundo que no sigue el calendario gregoriano. A veces las cosas son así de raras, hasta me siento rara contándolo.

La excursión más importante para hacer desde Beijing es, definitivamente, a la Gran Muralla China. Nos tocó un día radiante de sol (para el que me abrigué demasiado). Luego de viajar como dos horas en combi, subimos en teleférico hasta una plataforma por la que se accede a la muralla, a uno de los muchos puntos de entrada que hay.

La Gran Muralla China es una fortificación que se comenzó a construir en el siglo V a.C. para protegerse de los ataques nómades del norte. Supo tener 21.196 kilómetros de largo pero hoy en día se conserva un 30%. Durante la dinastía Ming tuvo su época de esplendor y cuenta la historia que la custodiaban un millón de soldados. Dicen que es el mayor cementerio del mundo ya que en sus inmediaciones están enterrados los diez millones de trabajadores que murieron durante la construcción (ya ven que los chinos no escatiman en trabajadores). El paisaje se ve distinto según la época del año y, aunque en verano todo debe ser verde y frondoso, también explota de turistas.

La Gran Muralla, sin embargo, es impresionante independientemente de la estación. De lejos se ve como una línea gris que serpentea por valles y montañas y que no se acaba nunca. De cerca es un muro de piedra, tan ancho como una vereda, que tiene sectores planos y otros llenos de escalones. Piensen en la Edad Media, en caballeros con armaduras y en Juego de Tronos para imaginársela, porque esta obra de la antigüedad parece tener un tiempo en si misma, y definitivamente no pertenece a nuestra época. Aunque no lo crean, hay gente que va a correr a la Muralla China. Y es algo curioso de ver porque, además de que es un tremendo esfuerzo físico por la cantidad de escalones que hay, es como una incongruencia histórico-temporal. Como un astronauta en las Pirámides de Egipto.

Recorrimos caminado desde una entrada hasta la siguiente, desde donde bajamos en el medio de transporte más divertido del mundo: el tobogán o slider. Sin desmerecer el patrimonio histórico y una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno, bajar a toda velocidad en los deslizadores metálicos, que se subían a los lados del tobogán en las curvas, fue lo más emocionante de la Muralla.

De vuelta en Beijing, visitamos el Palacio de Verano, un parque gigante con residencias imperiales, teatros, pagodas y jardines situados a orillas del Lago Kunming, que fue construido artificialmente en forma de durazno, la fruta que simboliza la longevidad. Es un lugar magnífico, lleno de colores y de árboles, y con una vista preciosa del atardecer sobre el lago congelado. Destaca especialmente el Gran Corredor, una pasarela techada que recorre la orilla del lago, mandada a edificar por la emperatriz en 1700 porque quería pasear por sus jardines sin tener que preocuparse por las inclemencias del tiempo.


A la noche, incapaces de acostumbrarnos al temprano horario de cena local, nos dedicamos a pasear por la peatonal Wangfujing, en cuyo mercado de puestos de comida encontramos algunas de las piezas de gastronomía más insólita que vi. Y eso teniendo en cuenta que en mi viaje por China ya había comido pollitos bebés, pepino de mar, ensalada de aguaviva y sopa de nido de pájaro… entre otras. En este mercado, lo que se destacaba era su fina selección de insectos: escorpiones, arañas, gusanos y cucarachas. Todos delicadamente clavados en brochettes y fritos. Hasta estrellas de mar había, y unos animalitos rostizados que solo pudimos identificar como… ratas. Aunque Andrew Zimmern estaría muy decepcionado de mi, fue demasiado para nosotros en todos los sentidos, así que solo sacamos fotos y seguimos camino, tratando de borrarnos la imagen.



Al día siguiente nos esperaba la famosa plaza de Tiananmen y la Ciudad Prohibida, en el corazón de Beijing. La amplia avenida principal que divide una de otra está rodeada de enormes edificios de arquitectura comunista que alojan al Partido y a diferentes organismos estatales. Todos indistinguibles uno de otro, con la bandera china o la foto de Mao Zedong como únicos elementos decorativos.

Al llegar a la puerta de la Ciudad Prohibida, mientras mi suegro nos leía la guía de turismo y nosotros comentábamos la impresionante cantidad de cámaras de seguridad que había por todos lados, una pareja china de aspecto normal se coló entre la multitud de turistas. Volaron papeles por el aire y cuando cayeron al suelo vi que eran una especie de folletos. En un abrir y cerrar de ojos apareció la policía uniformada y la de civil y empezó a detener a unos y a otros. A nuestro alrededor los policías pedían cámaras y revisaban filmadoras de turistas, hasta entraron a la puerta de la Ciudad Prohibida, donde la pareja se había intentado meter y los trajeron a rastras. Los levantaron del suelo y los metieron en una camioneta que había llegado hacía unos instantes. Mientras sucedía esto, otros juntaban todos los folletos que habían caído al piso, antes de que nadie pudiera leerlos y aún menos, recogerlos. Todo sucedió en unos segundos, con una eficiencia y una violencia que me dejó anclada al suelo, con un nudo en la garganta, viendo como metían en la camioneta al último de los infractores y imaginándome el peor de los destinos.

Nunca había vivido algo así. Nací y crecí en libertad y en democracia, una de las más corruptas del mundo, probablemente, pero democracia al fin y al cabo. No se lo que es no tener libertad de expresión, no poder decir y opinar lo que uno quiera, por más descabellado que sea. Aunque tenga que aguantar a mi presidenta en Cadena Nacional diciendo barbaridades, puedo, aún mientras ella está hablando, publicar en las redes sociales que es una corrupta o incluso que es fea y vieja (y agradezco todos los días por eso). Con todo, Turquía fue realmente el primer país donde sentí que uno no podía decir lo que quisiera de los gobernantes. Así que imagínense cómo me impresionó el episodio en Tiananmen. Me sentí ofendida y rabiosa, pero por sobre todo, me sentí ignorante. Porque, aunque había escuchado sobre estas cosas, nunca las había incorporado como una realidad. ¡Que increíble que exista esto en el mundo de hoy en día! Y que tristeza es saber que cambiar la mente de personas criadas así puede tardar tanto tiempo.



La Ciudad Prohibida es una edificación que sirvió de palacio imperial desde la dinastía Ming, construido entre 1406 y 1420. Como muchos de los edificios antiguos de China, está hecho casi en su totalidad de madera y es considerado el complejo de estructuras antiguas de madera más grande del mundo. Cada uno de los carteles que indican el nombre y la historia de los edificios tiene una leyenda al pie que está pintada por encima como para evitar su lectura. Aún así se lee: “Made possible by the American Express Company” (Hecho posible por la Compañía American Express), probablemente quien financió la recuperación. Una de tantas licencias que se toma el comunismo para no perecer.

El complejo de la Ciudad Prohibida tiene 980 edificios, cuyos salones se suceden como una lista de virtudes separadas entre sí por enormes patios: el Salón de la Armonía Suprema, el de la Pureza Celestial, el de la Tranquilidad Terrenal, y… En todos predominan los colores rojo y amarillo (o quizás, dorado) y sus techos puntiagudos de miles de tejas, siendo el mayor ejemplo de la arquitectura tradicional china. Los detalles que los decoran se aprecian cuando uno se va acercando y descubre cientos de coloridos dibujos y formas geométricas. Pero, a la distancia, todo el conjunto arquitectónico parece simple y de proporciones gigantescas.

Luego visitamos el Templo del Cielo, el mayor templo taoísta en toda China (aunque el culto al cielo está considerado pre-taoísta). Está construido en lo alto de la ciudad y funcionó durante la dinastía Ming y Qing como lugar para orar y agradecer a los Cielos por las cosechas. Lo más bonito es el ornamentado altar circular y el camino que separa los templos de la entrada.

Me faltaba ver la plaza de Tiananmen ya que el primer día que llegamos me negué a ir porque estaba agotada y congelada. Todavía siento frío cuando me acuerdo de aquellos hoteles gélidos… Aquel día, la experiencia de mi suegro y mis cuñados (los valientes que sí fueron) se vio interrumpida cuando la policía desalojó abruptamente la plaza, como hace todos los días luego de bajar la bandera china. A mí no me fue mucho mejor, ya que directamente estaba cerrada. La vi desde un rinconcito de la esquina y fue más que suficiente porque solo es una enorme plaza con el Monumento a los Héroes del Pueblo a un lado, la tumba de Mao Zedong al otro (con su correspondiente gigantografía) y el poste con la bandera en el centro. Allí se produjeron las famosas protestas de 1989, iniciadas por un grupo pro-democrático y finalizadas con la imposición de la Ley Marcial. El número de muertos durante las protestas sigue siendo una incógnita, ya que el gobierno chino nunca reveló datos oficiales (se cree que entre 800 y 2.500 personas). Sin ninguna intención de tratar con la policía china, consideré que eso iba a tener que bastar como visita a la plaza más celosamente custodiada que vi en el mundo. Tanto teme el gobierno chino a las multitudes que hasta la entrada y la salida de Tiananmen se hace en fila india. Resulta una curiosidad literaria que la Ciudad Prohibida sea ahora de más fácil acceso que la plaza.


Alrededor del predio que ocupa Tiananmen, hay unos callejones de la ciudad antigua que conservan la arquitectura y la forma de vida china tradicional, se llaman hutongs . Algunos son muy famosos y en sus calles principales se pueden encontrar desde negocios locales de frutas y verduras, hasta marcas internacionales, todos respetando las fachadas originales. Allá fuimos a pasear por las calles del antiquísimo hutong, y pronto dejamos la arteria principal para ver las callejuelas secundarias, que son mucho más pobres. Se trata de una especie de casas de un solo piso interconectadas a través de patios, como si fuera un conventillo horizontal. Lo que se ve a través de las humildes puertas o de los patios cuenta la historia de una China que no parece haber llegado hasta el siglo XXI: una donde el transporte más común son las bicicletas (y no por espíritu ecológico) y no existen las cloacas, así que hay un baño común por cada manzana. Aún así forman una imagen muy tradicional y atemporal de Pekín y, por supuesto, son muy seguros.

China fue definitivamente una experiencia agotadora… Me dejó con hambre, con frío, frustrada con el inglés y extrañando los modales en general. Aún así, es un país de contrastes maravillosos, de paisajes extraordinarios y que tiene mucho para ofrecer. Cuesta conseguirlo, eso sí. Viajar por China no es fácil, la mayor parte del tiempo uno no tiene idea de lo que está sucediendo y solo sigue al resto; además, como la gran mayoría de turistas son chinos, el resto sí sabe.

Analizando con tiempo y con mucha más información de la que quise incorporar cuando estaba allá (no soy una gran lectora de guías de turismo in situ), no dejo de asombrarme de la asombrosa cultura de este país, tan diferente a nuestro lado del mundo (probablemente el más distinto que visité). Y es justamente en Beijing, o Pekín, donde viví esa extraña combinación entre el espíritu chino tradicional y lo moderno: los hutongs y la Ciudad Prohibida; el mercado de insectos y los restaurantes de vanguardia internacional; la Muralla China y su divertido tobogán. China es un destino lleno de colores (aunque predomine rojo, con todo lo que ello significa) que vale la pena descubrir. Apto para aquellos valientes que decidan embarcarse en esta aventura que pone a prueba la curiosidad del más curioso de los turistas.



* referencia a las crónicas chinas “Feliz Navidad, Hong Kong”






23 de junio de 2014

Los Ciudadanos del Mundo (Claudia J.)

Cintia Ana Morrow para Argentinos.es


Existen muchas razones para dejar el país que nos vio crecer. Algunas veces es porque encontramos el amor en otro lado; otras perseguimos un sueño de aventuras o simplemente vamos en busca de una vida mejor, distinta. Hay unas pocas personas que salen de su país, dejando todo lo que quieren atrás, para ayudar a mejorar la vida de otros. Estas personas viajan miles de kilómetros hasta los lugares más remotos del planeta, para asistir a países que a veces no tienen paz, ni gobierno, ni fronteras definidas. Se suben a un avión y dicen “hasta luego” a la Argentina para ir a tratar de reconstruir sociedades que tienen que empezar de nuevo después de un desastre natural o de una guerra. No digo que sean completamente altruistas: la experiencia en la que se embarcan les devuelve mucho más de lo que alguna vez imaginaron.

Hoy una de estas maravillosas personas, Claudia Gabriela Jorge, se hace un huequito en su agenda y nos cuenta desde Haití cómo vive ella las Misiones de Paz.

Contanos un poco de vos…

Soy Claudia Gabriela Jorge, nacida y criada en la ciudad Capital de Santiago del Estero. Casada con Emiliano Casanovas hace 4 años y todavía no tenemos hijos.
Y… ¿Cómo fue que llegaste desde Santiago hasta acá?

Primero debo aclarar que soy Suboficial de Gendarmería Nacional Argentina. Todo empezó cuando me enteré que en mi trabajo había un Centro de Capacitación para Misiones de Paz, donde se dictaban cursos de idiomas y formación para Policías de Naciones Unidas. Esto fue en el año 2009, cuando las mujeres comenzaban a participar de las Misiones de Paz al igual que los hombres.
Así que, como me encantó la idea de perfeccionarme en el Inglés, sumado al gran desafío de ser parte de ese grupo de mujeres pioneras en las misiones de paz, no tuve ninguna duda en inscribirme. Al finalizar en 2010 fui convocada para trabajar un año en la Misión de Paz de Naciones Unidas en Liberia en el Continente Africano. Es así que ese mismo año partí en mi primer viaje en avión hacia Liberia, haciendo escalas en Frankfurt, Bruselas y Ghana. Fue un viaje emocionante porque era la primera vez que salía de mi país hacia un lugar tan remoto.

Que increíble emprender una aventura así… ¿Tenías miedo del avión o de Liberia?

¡Fue toda una aventura! Viajar en avión me encantó, no tuve miedo. Lo que si me causó preocupación fue el tema de enfermedades como la Malaria. Pero gracias a Dios me cuide bastante y volví sana de la misión.

¿En qué lugares viviste y por cuánto tiempo?

Estuve viviendo y trabajando en la Capital de Liberia, llamada Monrovia. Actualmente estoy en Puerto Príncipe, Haití, nuevamente convocada para una Misión de Estabilización de Naciones Unidas.

¿Qué dejaste atrás, además de la familia?

Esta parte es la más difícil de recordar. Dejé en Argentina al amor de mi vida: mi esposo Emiliano y a mi familia (padres, hermanos, sobrina y abuela). Pero lo más duro fue con mi esposo porque a 9 meses de estar casados tuvimos que separarnos. Fue un gran sacrificio para nuestra relación. Pero supimos afrontar los momentos difíciles y aprendimos a vivir con este desafío.

Te entiendo. Pero debe ser reconfortante para él verte crecer en tu carrera y recorrer el mundo con tu trabajo. Tanto él como tu familia, ¿se sienten parte de tu aventura?

Si, totalmente. Creo que todos participaron de algún modo en esta gran experiencia que me tocó vivir. Emiliano es el que más sabe del estrés que causa rendir un examen de Naciones Unidas y el que genera la espera de salir convocada para una nueva misión . Ahora puedo decir que ya está un poquito más canchero para entender la situación y brindarme todo el apoyo que muchas veces he necesitado para pasar mis días lejos de él.

¿En qué lugar te sentiste más cómoda y cuál te costó más?

Durante mi primera misión en África me sentí bastante cómoda a pesar de que era la primera vez fuera de mi país y que, como nos pasa a todos, uno trata de acostumbrarse a todo lo nuevo. Por suerte tuve excelentes colegas y amigos de distintas nacionalidades que se convirtieron en mi segunda familia. En esta segunda oportunidad, esta vez en Haití, puedo decir que ya con un poco más de experiencia me siento mucho más cómoda, hasta con el sistema de trabajo.

El Continente Africano, con sus miles de etnias y, por supuesto, con sus conflictos, suena a algo terriblemente difícil de asimilar. ¿Qué te sorprendió de Liberia?

Así es, te causa shock al llegar por primera vez. Pero con el tiempo te das cuenta que su cultura y su gente te atrapan. Es un poco difícil llegar a ellos al principio, pero una vez que se abren te brindan toda su amabilidad. Tuve la suerte de trabajar con Policías Liberianos que demostraron ser excelentes personas y muy profesionales a pesar de las carencias que tenían como sociedad en desarrollo después de 13 años de guerra. Lo que me sorprendió fueron los aberrantes casos contra los derechos humanos de las mujeres y niñas, específicamente la mutilación genital femenina. Quizás nunca logre entender porque realizan esas prácticas en bebes y niñas de hasta 10 añitos. Esta realidad me dolió bastante.
Lo que más me gustó de Liberia fue la amabilidad de su gente, el colorido de sus ciudades, sus hermosas playas y paisajes tropicales. Y los artistas talladores de madera y pintores, hacen increíbles obras de arte.


Haití, a pesar de ser parte de Latinoamérica, tiene raíces muy diferentes a las nuestras. ¿Qué encontrás allá parecido a la Argentina? ¿Y a Liberia?

Si estoy de acuerdo, tiene raíces muy diferentes. Parecido a Argentina, la verdad que no le encuentro casi nada. Salvo que acá en se realizan manifestaciones y cortes de ruta día de por medio, eso sí lo puedo igualar a Argentina. Pero comparo Haití con Liberia y también encuentro enormes diferencias. Creo que Haití, a pesar de haber estado casi 14 años apoyado por las Naciones Unidas y después del terremoto de Enero del 2010, no ha logrado estabilizarse por completo. Se notan ciertos avances pero no son tan grandes comparados a Liberia.

Sé que la aventura de vivir en el extranjero cambia a las personas en algunos aspectos. En qué sentís que te cambió a vos?

El estar residiendo en el extranjero y compartir trabajo y vivencias con personas de diferentes partes del mundo te abre la mente por completo. A veces uno se queda encasillado en una perspectiva de vida, pero al tener la oportunidad de salir te das cuenta que existen muchas más. Vivir en otro país me hizo valorar muchísimo a mi esposo a mi familia y a mi querido país, como así también crecer profesional y personalmente.

¡No lo hubiera podido expresar mejor!¿Tenés algún ritual argentino para los días de melancolía?

Por el momento, y con un poquito más de experiencia, trato de pasar los días tranquila, aunque muchísimas veces se extraña horrores. Con mi esposo estamos en permanente contacto tanto telefónico como a través del mail. Ay, ¿ritual argentino para días de melancolía? Un buen mate y una selección de música de rock argentino hacen bien al alma.

Vivir en otro país es un ejercicio de apertura cerebral y sensorial, como contabas antes, pero no todo el mundo se anima, ¿lo recomendarías?

Siempre lo voy a recomendar porque es una experiencia increíble e invaluable y me encantaría volver a hacerlo pero con mi esposo. Como nunca estuve más de un año afuera puedo decir que a corto plazo lo recomendaría. Pero ¿para siempre? Depende la situación que a uno se le presente en la vida.

Se te ocurre algún consejo para aquellos que están considerando la posibilidad de salir al extranjero? Y para sus familias?

Antes de irte tenés que estar muy seguro de lo que vas a buscar y lo que vas obtener como resultado. Uno se va por diferentes motivos, así que primero recomendaría evaluar bien la situación. Para las familias, siempre está la preocupación de que un miembro de la familia se vaya a un lugar desconocido y lejano, y la incógnita de si le va a ir bien o no. Una vez que se encuentren en el extranjero tratar de mantener contacto con la familia y amigos, principalmente para no generar situaciones de estrés y de preocupación en ellos. También creo que la familia debe ser un apoyo para que esa persona tome la decisión de irse al extranjero y debe tratar de brindar ese apoyo incondicional siempre. La familia tiene un papel muy importante en estos casos.

En pocas palabras:

¿Amás u odiás los aeropuertos? ¡Me encantan los aeropuertos! Ya tuve la oportunidad de conocer el de Frankfurt, Bruselas, Ghana, Liberia, Sudáfrica, Madrid, Marruecos, Panamá, Paraguay y Haití. Amo viajar y es emocionante la sensación de estar por partir a explorar nuevos horizontes.
¿Pasta o pollo? Pollo.
La comida argentina que más extrañás… Uy que difícil, se extraña el buen asado con achuras, y como soy Santiagueña extraño las empanadas de carne que son incomparables. Para los momentos de melancolía: los benditos alfajores y el dulce de leche.
Un lugar de vacaciones… me gustaría conocer Miami.
¿Qué elemento viaja con vos siempre? Siempre llevo conmigo, a donde quiera que vaya, mi teléfono, mi MP3 y la compu.
¿Y qué te olvidás? Por suerte nunca me olvidé de nada porque chequeo dos o tres veces si tengo todo lo que necesito. Al contrario, muchas veces cargo cosas que no uso nunca.
Cuando tenés tiempo lo dedicás a… trato de mirar una película o leer un libro.
¿Qué pedís que te lleven los que van a visitarte? Como es muy difícil que vengan a visitarme, yo soy la que llevo recuerdos de los lugares donde estuve.
Un sueño cumplido… para hacer honor a Susanita de Mafalda: haber encontrado al hombre de mi vida y haberme casado con él, y también el logro de tener nuestra propia casa.
Y uno por cumplir… Tener un hijo y continuar con mi carrera universitaria de Relaciones Públicas y poder obtener ese título tan anhelado.

Postdata: Me siento muy agradecida con la vida que me ha dado tantas satisfacciones y con Dios que siempre me puso en el camino personas de gran corazón. Solo deseo agradecer a todos los que creyeron en mí.