4 de abril de 2014

Los guerreros inmortales de Xi'an

En este país siempre sorprende llegar a los lugares porque todas sus estructuras delatan la cantidad de gente para las que están hechas. Aterrizamos en Xi’an, una ciudad que, en mi radar, iba a ser un pueblo chino… Pues no: terrible aeropuerto de varios pisos que hace que la terminal nueva de Ezeiza parezca un kiosco. Hay mucho dinero en China, desde luego, pero sobre todo, hay mucha gente.

31 de diciembre de 2013 12:30 hs.
En el avión rumbo a Beijing.
  
Xi’an es una de las ciudades más antiguas de China, con más de 3.100 años de historia. Es el punto donde comenzaba la famosa Ruta de la Seda (que conectaba Asia con el Mar Mediterráneo a través de 6.400 kilómetros) y el hogar del llamado Ejército de Terracota, un ejemplo de la realidad superando, una vez más, todas las leyendas.



El territorio de la China moderna comenzó a formarse de la mano del ligeramente psicótico Qin Shi Huang, quien fue el responsable de unificar los distintos reinos que había hasta ese momento. Tras las guerras de unificación, en 221 a.C., se erigió como el primer emperador de China y el creador de la dinastía Qin (que se pronuncia “chin” y da nombre a China).

El joven emperador, que heredó el trono a sus escasos 13 años, también fue quien ordenó construir una muralla para proteger su reino de los nómades del norte. Esta impresionante obra, que empleó miles de personas, era más bien una unión de las murallas pre-existentes en cada estado, y fue la precursora de la Gran Muralla China.

Quizás debido a su fama de tirano y a los varios intentos de asesinato que sufrió, la gran obsesión del emperador fue alcanzar la inmortalidad. Se pasó los 10 años que duró su reinado intentando encontrar un elixir que le otorgara vida eterna. Hay grandes historias sobre las expediciones que envió en busca de aquella pócima, muchas de las cuales nunca volvieron. Probablemente no los motivara demasiado el hecho de que el emperador decidía matar a aquellos que regresaban sin el elixir.

Como toda persona supersticiosa, el joven Qin era muy susceptible a los engaños, tanto fue así que murió durante una travesía, bebiendo una de esas pócimas que debieran haberlo hecho inmortal. Por miedo a que el nuevo imperio se desmoronara, el Primer Ministro y algunos de sus eunucos, ocultaron su muerte durante el viaje de vuelta a la ciudad de Xi’an. Enmascaraban el olor del cuerpo en descomposición, le cambiaban la ropa todos los días, e incluso tenían largas conversaciones con el difunto para aparentar que seguía rigiendo su imperio.

A pesar de sus incansables esfuerzos por hallar el secreto de la vida eterna (y tal vez por culpa de ello), el emperador Qin Shi Huang se murió y fue a parar a la tumba y mausoleo que él mismo había mandado a construir.

Cuenta la historia que se eligió el Monte Li para construir su tumba, porque era un lugar propicio geológicamente (tengan en cuenta que las creencias de la época daban mucha importancia a los elementos). Y, aunque la Wikipedia dice que se emplearon 700.000 trabajadores en su construcción, nuestra guía en Xi’an nos dijo que habían sido millones. La tumba principal de Qin (debajo de un monte piramidal) todavía no ha sido excavada, principalmente porque no se sabe cómo conservar las reliquias que esperan encontrar en su interior, así como también los coloridos pigmentos con que están recubiertas algunas figuras.

Rodean la tumba, cuatro pozos principales (y se cree que muchos otros más pequeños) con los Guerreros de Terracota: la recreación de un ejército completo que debía proteger al emperador luego de su muerte. El pozo principal tiene una profundidad de 7 metros y contiene 6.000 figuras, entre guerreros de diferentes rangos, caballos e impresionantes carrozas. Es como ver un hangar de aeropuerto solo que, en vez de un avión, hay miles de soldados de arcilla formados en filas, como un ejército listo para marchar.



El Ejército de Terracota fue descubierto en 1974 por unos granjeros que perforaban la tierra en busca de agua. Cuando los arqueólogos comenzaron a excavar la zona hallaron más y más pozos con guerreros, todos parecían estar rodeando la tumba del emperador Qin, protegiéndolo del este (que era donde estaban los territorios conquistados). Las mayor parte de las figuras, a pesar de haber pasado casi 2000 años desde su construcción, estaban en muy buen estado, incluso conservaban las armas afiladas gracias a una aleación metálica especial. Los colores con que estaban pintadas, al entrar en contacto con el aire, pronto comenzaron a desprenderse y a desaparecer, así que los guerreros que pueden verse hoy en día son de color terracota (nunca mejor dicho).

Pero lo verdaderamente impresionante de estos guerreros, una vez que uno logra superar la majestuosa visión del ejército por completo, es que cada uno de ellos es único, no hay dos iguales. Cuenta la leyenda que se reprodujo en terracota a un ejército real: uno por uno, todos los guerreros fueron imitados con sus ropas, sus armas, sus expresiones e incluso la forma de sus dedos. Es algo increíble.



Lo gracioso es que cuando los arqueólogos los desenterraron, algunos de ellos estaban desarmados y, para volver a armarlos, no valía ni cualquier brazo, ni cualquier cabeza. Cada figura es única. Un verdadero rompecabezas de lujo.

Cuando uno descubre el nivel de detalle de los guerreros, tiene la inclinación de ir mirándolos uno por uno, como si, de no hacerlo, nos estuviéramos perdiendo algo o, mejor dicho, a alguien. ¡Tarea imposible, si las hay! Puesto que son miles, y los miles que quedarán por desenterrar todavía…

El lado oscuro de la historia es el que vino después de la creación del Ejército de Terracota, cuando lo importante era guardar en secreto la ubicación del mausoleo del emperador (probablemente lleno de reliquias invaluables y lujosas armas). Y qué mejor forma de guardar un secreto que… llevándoselo a la tumba. Así que el señor emperador Qin, básicamente, se dedicó a matar a un montón de personas; incluidos, presumiblemente, los propios guerreros que mandó a reproducir. Murieron artesanos, obreros, guerreros e incluso granjeros que pasaban por ahí y veían las obras de construcción del mausoleo. Murieron tantos que es imposible hacer el cálculo (además no quedó registro de ello, por supuesto), pero nuestra arriesgada guía nos dio un número tentativo: dos millones de personas. Y las demás, calculo que captaron la idea.


Xi’an tiene aún mucho más para ver, algo que evidentemente, no sabíamos al organizar el viaje. Pero sí pudimos dar una vuelta por la ciudad y sorprendernos con la maravillosa Pagoda del Ganso Salvaje Gigante, que contiene figuras de Buda traídas desde la India; la Torre de la Campana, ubicada en un lugar privilegiado y brillando de luces; la antigua muralla de la ciudad y también caminamos por el simpático barrio musulmán (Xi’an fue la primer ciudad china en abrazar el Islam), con sus coloridas peatonales llenas de puestitos que preparan la comida en la calle. Vimos revolear noodles por el aire para hacerlos más y más finos, golpear un bodoque de caramelo hasta hacerlo turrón y freír cosas inverosímiles en aceites de dudosa virginidad. Esto sí que es China.



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