3 de diciembre de 2015

Alguna vez irás a Praga

De todas las buenas razones que no se me ocurrían para visitar Bratislava, hubo dos que fueron imbatibles: estaba en el camino de Budapest a Praga y necesitábamos reabastecernos de pañales urgentemente (¿y qué mejor lugar que Bratislava?).

Probablemente mis queridos lectores tengan conocimientos más actualizados del planisferio que yo pero, la última vez que revisé a conciencia la zona, Checoslovaquia todavía era una sola. Así es que tenía poca idea de la existencia de Bratislava (me gustaría decir que la vi en una película pero no estoy segura), resultó ser la capital de un país: Eslovaquia. Y, aunque probablemente todavía no valga la pena el vuelo desde Argentina, puedo destacar dos cosas: Eslovaquia tiene una bandera fantástica y en Bratislava se consiguen pañales muy aceptables (y en euros, porque es Unión Europea y todo… mire usted).

No hace falta andar demasiado desde la plaza principal de Bratislava para encontrar los edificios derruidos y post-apocalípticos que me imaginaba que iba a haber. Aunque, a decir verdad, también me sorprendieron algunas calles con edificios muy pintorescos y las afueras de la ciudad con casitas en el bosque. Insisto, queridísimo lector, no hace falta que vaya hasta Bratislava… no es especialmente atractiva, solo quedaba de paso. Y necesitábamos pañales. El destino final era la ciudad de Praga, antiguo Reino de Bohemia y actual República Checa (la hermana famosa de Eslovaquia).

Malamente empezamos

Llegamos a Praga en nuestro autito alquilado y ya era de noche, no lográbamos dar con la calle que estábamos buscando y además Matías, que ya estaba empezando a cansarse del auto, lloraba desconsolado. Cuando al fin logramos encontrar la dirección correcta, allí nos esperaba un señor checo, dueño del departamento que sería nuestro hogar por unos días. Horrible. No el señor, el departamento, lo odié hasta el final: en una calle con dos (a falta de uno, ¡dos!) cabarets, con un ascensor temible en el que entraba el cochecito con el bebé pero no los progenitores, una cama ensortijada que te apuñalaba con sus resortes (seré una princesa moderna) y un bañito hediondo en el que el dueño, amablemente, nos había dejado 3 toallas de manos. Imagínense por un momento a toda una familia secándose con 3 toallas de manos…no es tan gracioso si te estás congelando en un departamento horripilante en el lado comunista de Europa. Malamente empezamos, Praga. Eso nos pasa por hacernos los cool e ir a departamentos. Que para algo se crearon los hoteles horribles pero con toallas grandes.

Con el nuevo día, intenté abrir mi mente (y mis ojos con sueño) a la nueva ciudad. La famosa Praga. ¿Qué hay que ver acá? No tuve que preguntarlo dos veces que ya tenía a mi queridísimo marido leyéndome una guía. Hemos avanzado mucho de todos modos, ya no son guías en papel (nos pasamos a las versiones digitales que son iguales pero en una pantalla táctil, irresistible para mi marido, que puede ir toqueteando el iPad mientras pasea por lugares históricamente relevantes) y ahora yo ya no escucho las partes que no me interesan. Y somos todos más felices.

Un invento histórico

Dice la historia que Praga fue fundada por un rey, Boiia, que llamó a la región Bohemia en honor a sí mismo (bien hecho, ya que va a fundar algo…). A partir de ahí se sucedieron los germánicos, los eslavos, los romanos, los protestantes, los Habsburgo, el imperio Astro-Húngaro, los Nazis, los Soviéticos y finalmente, luego de la Revolución del Terciopelo, quedaron los propios (o lo que quedó de ellos). Tanta invasión, tanta colonización, revueltas y revoluciones, dejaron huella en la sociedad que se volvió poco paciente y un poco extrema para mi gusto (o al menos, fácilmente irascible). No por nada los checos fueron los inventores oficiales de la muerte por defenestración, que es arrojar a alguien por la ventana (si lo piensa, querido lector, es un gesto a la vez iracundo y poco paciente). Aunque los primeros intentos desde el Antiguo Ayuntamiento no tuvieron demasiado éxito (quizás fuera porque los tiraron desde un primer piso), fueron perfeccionando su técnica a medida que se les acumulaba la gente para arrojar.

Sinceramente lo que menos me gustó de Praga fueron los habitantes, pero no por su historia política, sino porque tienen esas típicas avivadas de ciudad turística que los viajeros tanto odiamos. Habrá checos amables, como aquella ex tenista profesional que, a la vez que le decía cosas en checo a Mati (parecían cosas lindas), nos contó la historia de su vida y su carrera profesional truncada por un padre que no pudo seguir pagando las competiciones. Por el resto, más o menos: medio vivos, medio cancheros, medio muy acostumbrados a vivir de la famosa ciudad a donde todos van a parar.

No sé si Praga es demasiado chica o tiene una superpoblación turística perenne porque también podría hablarles de las multitudes apiñadas en las callecitas de la Ciudad Vieja, que se movían con la fluidez de un rebaño de vacas reumáticas; o de las interminables calles de adoquines, ideales para pasear un cochecito con un bebé o sin el bebé (para el caso es igual de desquiciante); ambas cosas casi acaban con mi paciencia. Sobre todo lo de los adoquines, porque no hay duda que son modernos, no creo que estén ahí desde Boiia. Pero no hace falta ensañarse con ella porque Praga es famosa por algo: su enorme belleza. Y bella también es.

El peligro de llamarse Jan

Lo que nos quedaba más cerca (algo de bueno tenía nuestro departamento horrible: la ubicación) era la gigantesca Plaza de Wenceslao. Aunque más que una plaza es un gran boulevard con el Museo Nacional en un extremo y la entrada a la Ciudad Vieja en el otro. Esta plaza es famosa por ser un lugar de protestas masivas y eventos políticamente relevantes. Como la proclamación de la independencia de Checoslovaquia en 1918, los desfiles durante el régimen Nazi y uno de los episodios más famosos, que fue protagonizado por el estudiante Jan Palach quien se prendió fuego a sí mismo para protestar por la invasión soviética.

Luego de recorrer la plaza de Wenceslao, dejando atrás el enorme Museo Nacional, nos encontramos con un precioso mercado de otoño, una larga hilera de puestitos en forma de cabañas de troncos que vendían artesanías, flores, frutas y los deliciosos dulces típicos: el trdelník (lo sé, impronunciable, pero no se haga drama, mi querido lector, porque yo fui y vine de Praga, comí unos cuantos y recién me enteré de cómo se llamaba leyendo la Wikipedia en estos días). ¿Qué es? Bueno, es una especie de pan o factura en forma de cilindro hueco, que se cocina enrollándolo a un palo de madera y poniéndolo a las brasas, y luego se lo espolvorea con nueces y canela. ¡Es delicioso! Más cuando lo sirven recién hecho y calentito.

Más allá del mercado, comienza la parte peatonal de Praga (convenientemente adoquinada), y caminando unas pocas cuadras llenas de restaurantes y tiendas de suvenires, llegamos a una de las cosas más vistosas de la ciudad: la plaza principal, también llamada Plaza de la Ciudad Vieja. Lo primero que descubrimos, quizás por la aglomeración de gente que esperaba frente al Antiguo Ayuntamiento, fue el Reloj Astronómico, un antiquísimo reloj que data de 1410 y el más viejo del mundo todavía en funcionamiento. Mide las horas, los meses y los estadios del sol y de la luna en complicados mecanismos que se superponen; y tiene figuras animadas que aparecen a cada hora en punto. Yo, que a gatas puedo leer la hora en mi reloj, y si me apuran la digo mal, fui incapaz de leer nada en el increíble reloj astronómico. Los invito a intentarlo la próxima vez que visiten Praga.

A un costado del Antiguo Reloj Astronómico, se abre la pintoresca plaza de Praga, rodeada de preciosas casas con fachadas de colores, el edificio del Antiguo Ayuntamiento, la barroca Iglesia de San Nicolás y su vecina gótica, Nuestra Señora enfrente del Tyn. Todos estos estilos forman un conjunto muy pintoresco y uno de los lugares más famosos y fotografiados de Praga.

En el centro de la plaza se alza una estatua en memoria de Jan Hus, un filósofo y reformador religioso cuyas teorías dieron inicio a las Guerras Husitas. Él no llegó a verlas porque lo quemaron en la hoguera por hereje, pero ganó la República Checa, repudió a la Iglesia Católica y se volvió protestante.

Si estuvieron atentos hasta ahora, habrán notado la relación directamente proporcional que existe en esta zona entre llamarse Jan y morir quemado. Solo quería destacar ese detalle.

Delicias urbanas

Hasta aquí la parte histórica y arquitectónica de la plaza, porque lo que realmente me llamó la atención una vez que ya sacamos las fotos de rigor, fue la inmensa cantidad de gente. Una multitud. Y bandas de música repartidas por ahí, guías con sus tours, puestos de trdelnik y lo mejor de todo: enormes piezas de jamón de Parma asándose en un espiedo. Quizás si no hubiera tanta gente sería mi más sincera recomendación sentarse en un banquito con el menú checo completo: jamón de Parma, papas asadas y de postre trdelnik. Pero ni lo intenten, porque van a estar peleando por un pedazo de banco al sol y cuando lo consigan se van a dar cuenta de que se olvidaron de comprar agua y el jamón está saladísimo, y mientras uno de ustedes se levanta a buscar agua, el otro tendrá que luchar por conservar ese lugarcito que quedó libre frente a las multitudes. Inspirado en una historia real.

Todavía sedientos, continuamos camino por Praga y dejamos atrás la plaza para ir a ver la segunda cosa más linda de la ciudad: el Puente de Carlos. Es un maravilloso puente de piedra, protegido por tres torres (una de ellas es la espectacular Torre de la Pólvora) y decorado con decenas de estatuas ennegrecidas por el paso del tiempo. Antiguamente era el único puente que cruzaba el río Vltava, conectando la Ciudad Vieja con el Castillo de Praga y actuando como una importante vía comercial. Hoy es casi una galería de artistas, lleno de pequeños puestitos de pintores y artesanos que ofrecen a los turistas sus manualidades exageradamente caras… aunque a mi me gustó mucho una hebilla de madera en forma de hoja y mi marido me la compró. Dejo constancia por todas las veces que me quejo de él en las crónicas.

Praga, la bella

Del otro lado del río Vltava (que fácil parece el checo, ¿no?) se encuentra el barrio de Malá Strana que se originó como barrio real en 1247 cuando se asentaron ahí las personas que ejercían los oficios para el Castillo de Praga, donde vivía el Rey de Bohemia. Aunque también estaba lleno de gente, me pareció aún más lindo que la Ciudad Vieja, no en vano llaman a este barrio “la perla del barroco”. Después de entrar en calor con otra de las especialidades locales, la sopa de gulasch (además servida en un maravilloso pan hueco), subimos por callecitas empinadas dejando atrás el puente, hasta llegar a una plaza desde la que se tiene una hermosa vista de la ciudad con sus techos color ladrillo y las torres en pico de algunos edificios.

Por supuesto que la estrella del barrio es el Castillo y allá fuimos. Un enorme complejo de edificios de casi todos los estilos arquitectónicos del milenio forman el denominado castillo, incluyendo iglesias, varios museos, palacios, jardines, etcétera. Sinceramente no logro recordar demasiado del recorrido, quizás estaba un poco podrida a esta altura; o tal vez Pepinito lloraba… en fin, me quedaron pocos recuerdos y pocas fotos (¿se podría sacar fotos?). Lo que sí puedo asegurar haber visto y que además me encantó fue un callejón junto a la antigua muralla del castillo donde estaban los talleres de los artesanos que trabajaban para el rey. Es una bonita sucesión de pequeñísimas casitas de madera que hoy tienen a modo de exhibición algunas de las herramientas y del mobiliario de la época. Es precioso, muy medieval y muy de cuentos de hadas.

Tal vez sea una de las ciudades más lindas del mundo, es definitivamente pintoresca y tiene cosas preciosas, pero todavía tengo que quitarme esa sensación de agobio permanente entre la cantidad de gente y los benditos adoquines. A pesar de mis quejas, ninguna crónica puede eclipsar la belleza de Praga, aunque lo que más me gustó de visitar esta ciudad fueron momentos y no lugares: el olor de los cochinillos asándose en los restaurantes de la Ciudad Vieja, el atardecer desde el Puente de Carlos, con el castillo a un lado del río y la Torre de la Pólvora al otro, los trdelnik calentitos que comimos viendo la gente pasar en Malá Strana y las historias turbulentas de la ciudad que nos relataba el guía bajo las famosas ventanas en las que se inventó la defenestración. Es uno de esos destinos inevitables: por famosa, por bella, por ser Praga. 

Álbum

Bratislava
Trdelnik

Plaza de la Ciudad Vieja
Puente de Carlos
Malá Strana
Sopa de goulash
Calle de oficios en el Castillo
Praga desde lo alto




4 de noviembre de 2015

Buda y Pest eran dos



"Vamos a Budapest" dijo Alejo y yo dije que sí, pero como si me dijera que íbamos a San Andrés de Giles. Sin menospreciar Giles, por supuesto, lo digo porque de Budapest no esperaba mucho... Era una cuidad que tenía ahí en el tintero de las ciudades anónimas a las que no les pongo cara. En realidad, hay una foto en la casa de mis suegros, de mi marido con unos 13 años sosteniendo una boa constrictora, que siempre pensé que se había tomado en Budapest. Pero resultó que era en Praga. Así que eso: Budapest era para mí una foto de Alejo sosteniendo un reptil en la ciudad incorrecta.

Pero no hay nada mejor al viajar que dejarse sorprender por los lugares (es mi frase elegante para justificar que soy una viajera ignorante pero con buena predisposición), sobre todo en esta era de las comunicaciones donde uno casi siempre ve mil veces las ciudades antes de estar realmente ahí (sueno vieja, querido lector, pero tengo 31 años, es solo que soy muy sabia).

Era el primer viaje oficial con Pepinito (nuestro bebé de 5 meses) y estábamos decididos a no enloquecer y a no trasladarnos con seis millones de pertenencias tampoco. Es más, estábamos decididos a no despachar equipaje. 12 días, una valija de mano por persona. Incluido Pepinito que se armó su bolsito de viaje (debo admitir que yo ayudé, su trabajo consistió fundamentalmente en chupar una manta), más cochecito y huevito. Listo. Viajar con pocas cosas no es tan complejo, para los adultos consiste principalmente en reconciliarse con la idea de aparecer en todas las fotos del viaje igual. Para los bebés es aún mejor: no enloquecer y llevar una manta enorme con la que envolverse si la previsión meteorológica falla. Preferiblemente una no chupada.

***

El vuelo estuvo bastante bien... Pepinito se prendió a la teta y se durmió escuchando una canción que le cantaba Papá antes de despegar. Después se despertaría y se aburriría y pasearía por el pasillo upa de Papá, y los demás viajeros le harían morisquetas. 

Puesto que nunca pasamos por el control de pasaportes, asumimos que Hungría formaba parte de la Unión Europea. No estábamos demasiado informados y de mí no me sorprende pero sí de mi marido.   A Alejo la paternidad le ha provocado desconexión del mundo terrenal. Budapest, capital de Hungría, Unión Europea. Ok. ¿Euros? Pagamos el auto que nos iba a buscar al aeropuerto y el impuesto de la ciudad en euros. 

¿Entonces euros o no euros? No euros. Moneda local inoportuna. ¿De qué me sirve viajar dentro de la Unión Europea si voy a tener que estar haciendo cálculos mentales para saber cuánto sale cada cosa y, cuando tenga más o menos controlado el cambio, ya me voy a ir? De nada, querido lector. Lo mismo hubiera dado estar en Birmania, si todavía existiera.

Una señora taxista nos condujo por Budapest y nos dejó en una hermosa calle frente a la Ópera, donde nos esperaba nuestro departamento de vacaciones. Oh sorpresa: también nos esperaban dos tramos de escaleras sin ascensor. Allá fuimos con Pepinito y los bártulos para arriba (menos mal que habíamos traído pocas cosas). El departamento hermoso y muy cómodo, en un edificio histórico de esos que tienen un patio interior como los antiguos conventillos. Pero imagínenselo lindo, no empecemos mal. Nos fundimos tan bien con nuestro nuevo hogar que hasta nos tocó timbre una encuestadora. Otra vez para abajo con Pepinito y menos bártulos que antes. Debo admitir que este viaje pondría a prueba nuestra paciencia para viajar con un cochecito y además desarrollaríamos un nuevo respeto por los discapacitados.

***

Hungría, como casi todos los países de Europa, sufrió un permanente desfile de gobernantes propios y ajenos a lo largo de su historia. Budapest comenzó siendo un asentamiento celta, luego llegaron los romanos, después la conquistaron los turcos otomanos y la reconquistaron los cristianos; más tarde se alió a Austria, formando el Imperio Austro-húngaro, perdió dos tercios de su territorio en la Primera Guerra Mundial, y en la Segunda Guerra Mundial la destruyeron y la ocuparon los comunistas rusos hasta la Revolución Húngara de 1956. Como resumen, me quedó muy lindo. Ahora imagínense lo que produce toda esa historia en una población: un merengue cultural.

La propia ciudad de Budapest es una sola desde no hace tanto tiempo, recién en 1873 se unificaron las poblaciones de Buda, Obuda y Pest a través del Puente de las Cadenas, formando así una gran ciudad a ambas orillas del río Danubio y una de las capitales más lindas de Europa (la frase la leí en algún lado pero me gustó y me parece acertada). 

A pesar de no tener casi ninguna referencia turística de Budapest, o quizás justamente por eso, la ciudad me encantó. Si tuviera que definirla en pocas palabras diría que es vistosa, imperial y fácil. Y además se come maravillosamente. ¿Qué más se puede pedir?

Ubicados en nuestro departamento frente a la Ópera, estábamos a unos pocos metros de la Avenida Andrássy que es uno de los lugares a visitar y además uno de los 4 sitios de la ciudad que fueron declarados Patrimonio de la Humanidad. La Avenida Andrássy, llamada así por su principal promotor, es una ancha calle arbolada, flanqueada por casas y palacios edificados a finales de 1800 por los más destacados arquitectos de la época. Allí vivían aristócratas y gente por el estilo, y ahora están las tiendas más exclusivas. Por debajo de esta avenida, se construyó la línea 1 del subte de Budapest, que es el primer metro en la Europa Continental y otro Patrimonio de la Humanidad. Pepinito y yo no lo conocimos, en parte porque no nos alcanzó el tiempo, pero también porque estábamos podridos de subir y bajar el cochecito por las escaleras y, siendo el metro más antiguo del continente, era de esperar que no tuviera ascensor. Alejo, que sí lo usó para ir a buscar el auto de alquiler (hizo 2x1, muy eficiente mi marido), dijo que era muy hermoso pero en antigüedad no tenía nada que envidiarle la línea 1 de subte de Buenos Aires, con sus increíbles vagones de madera que no sé si seguirán circulando...

La misma confusión que tenía mi marido con respecto a Hungría, la Unión Europea y el euro o no euro (ojo al piojo que si él tenía confusión, yo directamente tenía ignorancia absoluta, no hubiera podido marcar Hungría en un mapa con división política, geográfica y husos horarios); se hizo presente una vez más con el tema de Buda, Pest y Budapest. Al principio pensamos que estábamos en Buda, y al llegar caminando al Parlamento, un edificio maravilloso junto al río, Alejo dijo "Mirá Pest del otro lado del Danubio" y yo miré. Y vi Pest. Pero resultó que era Buda. Nos enteramos de ello al día siguiente, cuando nuestros cerebros ya habían procesado y guardado la información, y a partir de ahí fue todo confusión permanente. Nadie sabía si estábamos en Buda, en Pest o en Praga.

Reflexionándolo ahora, el lado de Buda debería haber sido fácil de recordar porque en él está el Castillo de Buda, uno de los lugares más turísticos de Budapest y, en mi humilde opinión, el más lindo. Se halla en lo alto de una colina y tiene las vistas más maravillosas de la ciudad y el río. Todo el barrio medieval en los alrededores del castillo es precioso. Allí también visitamos la curiosa iglesia de San Matías y fuera nos encontramos con un señor argentino que venía recorriendo Europa con su mujer pero ya estaba hinchado los quinotos (Europa tiene esa capacidad si se visita demasiado en poco tiempo). Nos divertimos un rato escuchando su fantástica teoría de los "lugares inventados" (lugares a donde mandan a los turistas pero en realidad no hay nada turístico que ver) y de las cosas que descubrió "de carambola" que fueron más lindas. Uno de esos personajes hermosos.

***

Caminar por las calles de Budapest es realmente agradable: todo es ancho, grande, imperial. Es especialmente magnífica la costanera del Danubio, a un lado del Parlamento, y del otro lado del río en lo alto de una colina: el Castillo de Buda. Las avenidas son arboladas, las veredas están llenas de mesitas al aire libre y por algunas calles circulan todavía los tranvías. Queda poco de los años comunistas en la arquitectura y en el carácter de la gente (por suerte) y la ciudad recuerda más a los lugares por los que paseaba Sisi Emperatriz que a la Guerra Fría.

Aunque de las guerras, sobre todo de la Segunda Guerra Mundial, todavía quedan recordatorios. El menos simpático quizás sea un controvertido monumento que apareció de la noche a la mañana en la Plaza de la Libertad, en el que una enorme águila (Alemania) ataca al arcángel Gabriel (Hungría), aunque las malas lenguas dicen que Hungría colaboraba con el gobierno alemán. De cualquier manera, en esa misma plaza (Szabadság ter) hay otro monumento que recuerda la liberación de Hungría de la ocupación alemana por parte del ejército soviético y una estatua de Ronald Reagan...así que están complicados.

Otro elemento reciclado de la guerra son los llamados ruin bars, edificios semi-destruidos decorados con todo tipo de porquerías abandonadas luego de la guerra, que se convirtieron en bares muy de moda en la ciudad. Fuimos a ver el más famoso de ellos a la tarde. ¿Qué les puedo decir? Algo muy curioso... y seguro que el ambiente nocturno es muy divertido, pero con un bebé de 5 meses, nosotros ya teníamos suficiente diversión nocturna.


El último lugar Patrimonio de la Humanidad es la Plaza de los Héroes, un monumento gigantesco, aunque no demasiado pintoresco, que representa a los líderes de las tribus magiares que fundaron Hungría. Lo que sí vale la pena visitar es el Parque de la Ciudad que queda justo al lado, donde están los famosos baños termales de Széchenyi y una increíble réplica del castillo de Transilvania, presunta residencia del Conde Drácula. Es un edificio alucinante, aunque hoy en día alberga el Museo de Agricultura. ¿Qué tendrá que ver? Nada. Pero así es Buda y Pest: una ciudad con miles de historias para contar (no todas bonitas), con una de las mejores vistas de Europa y con algunos lugares inventados también.

Álbum

Edificio de nuestro departamento
Plaza del Parlamento
El Danubio
Iglesia de San Esteban
Paseo de la costanera
Vista desde el Castillo de Buda
El Puente de las Cadenas
Ruin bar
Castillo de Drácula

2 de febrero de 2015

Los Ciudadanos del Mundo (Viviana T.)


Hace unos días, leí la frase “Gran parte de lo que somos, son los lugares en los que estuvimos” y me pareció, sencillamente, acertada. Cada país nuevo que conozco me enseña una forma diferente de vivir, llena de pequeñas genialidades que intento copiar y de algunas torpezas que me hacen reír y extrañar mi casa. Mi cerebro y el de todos (no es una propiedad del mío exclusivamente) cambian para siempre una vez que aprendemos algo nuevo y difícilmente puedan volver atrás. Así es que en algún momento, en algún lugar, descubrimos que hay tantos caminos a seguir como personas en el mundo. Cada camino es una historia diferente y, si ese es el caso, no se me ocurre mejor forma de comenzar el año que compartiendo con ustedes la historia de nuestra expat de hoy, Viviana Trajtemberg, una argentina que dejó su Buenos Aires natal para trazar su propio camino… Un marido, dos hijos y cuatro países más tarde, sigue tan ilusionada como la primera vez y aún continúa haciendo las valijas cada tanto para seguir en busca de su lugar en el mundo.

¿Cómo empieza esta aventura?

Empezó en 2002, cuando a mi (en ese entonces) novio le ofrecieron ir a trabajar a Chile. Lo hablamos y decidimos que una vez que yo cerrara temas en Argentina lo alcanzaba del otro lado de la Cordillera. Así fue y así seguimos, después de 12 años. 

Aunque solo haya sido el cruce de la Cordillera, seguro significó muchos cambios en tu vida… ¿cómo fue aquella primera experiencia?

Si, claro que fueron muchos cambios. Porque hay que empezar de cero, volver a armar tu red, olvidar un poco quién eras antes donde vivías, porque ahora no te conoce nadie. Entonces, es como un baño de humildad por una parte, y hay que aprender a sacar todo tu bagaje de habilidades de la galera.

Al principio fue un poco duro Chile, porque yo venía de un ritmo súper intenso de trabajo, vida social, etcétera, y de repente no tenía nada que hacer y me aburría. Tuve que hacerme a las diferencias culturales. Uno cree que porque están al otro lado de la frontera es lo mismo pero no es así. Pero después empecé a trabajar y a estudiar y me integré súper rápido. Es un país que le tengo mucho cariño, porque allí me casé, tuve mi primer hijo y mantengo muchos amigos queridos. Estuve dos años en Santiago, Chile. Después, 6 años en Madrid. Cuatro años en México y ahora llevo unos meses en Bogotá, Colombia. 

¿Qué dejaste atrás, además de la familia?

Dejé casi todo: mi familia, mis amigos, redes de trabajo y académicas, trabajo, mi departamento…en fin, mi vida cotidiana. 

En Argentina trabajaba en la UBA, daba clases y hacía consultoría de RRHH. Ahora sigo haciendo casi lo mismo, he podido reubicarme haciendo consultoría en los países que he vivido y también dando clases en la universidad. 

¿Se te ocurre alguna aspecto de vivir afuera que quieras compartir?

Cuando te movés de país pueden pasar mil cosas diferentes a las que no estás acostumbrada. Y se trata simplemente de no estresarse e intentar entender la cultura del lugar. Lo que me sorprendió gratamente en todos los países que he estado, fue encontrarme con gente increíble, gente que sin apenas conocerme se brindaba y me ayudaba con todo eso…eso gratifica mucho, porque uno va encontrando su otra familia donde va viajando. 

¿Dónde te sentiste más cómoda?

 En todos me sentí cómoda después de la adaptación obviamente. Siento que España fue más duro porque los lazos sociales son diferentes y a los latinos nos resulta chocante ese metro de distancia que hay que tener con la gente. Y en todos lados hay cosas a las que no te terminas de acostumbrar, lo cuál no significa que no estés a gusto en esos países.
Al final te quedan los momentos lindos que pasaste en cada país, por donde transitabas, la gente que conociste. Y definitivamente volvería a cada uno de los lugares donde he vivido. En todos ya me siento como casi “local”.

¿Cómo fue para vos vivir afuera?

Me abrió la cabeza muchísimo. Estás con gente con la que nunca estarías en tu país, tenés que desarrollar unas capacidades enormes para vincularte con los demás, te haces más flexible, amplias tu vocabulario, amplias tu capacidad de entender a los demás…
El hecho de estar lejos lo llevo bien porque, como siempre digo, no lo pienso mucho. Es mi realidad y tengo que vivir con eso. Hablo con mi familia seguido, con mis amigos cuando podemos

¿Y cómo llevan tus hijos lo de cambiar de país cada tanto?

Tengo dos hijos: Iker que es chileno y tiene 10 años, y Martina que es española y tiene 6. ¡Creo que yo llevo peor las mudanzas que ellos! Ellos aprendieron a ver la parte positiva de los cambios y nosotros a hacerles fácil el aterrizaje en otro país. 


¿Les recomendarías a nuestros lectores vivir en otro lugar por un tiempo?

Si, absolutamente. El plazo, depende de cada uno. Pero con un año no se conoce un país ni su gente ni su cultura. Mi consejo es que den el salto. Para los familiares: estar muy unidos. Eso ayuda mucho en el primer momento y además une mucho como familia. 

En pocas palabras:

Viajás con el pasaporte… argentino, siempre.
¿Amás u odiás los aeropuertos? Los amo.
¿Pasta o pollo? Pasta… soy vegetariana.
La comida argentina que más extrañas… El queso blanco García o el Mendicrim
Un lugar de vacaciones… la playa, donde sea….
¿Qué elemento viaja con vos siempre? Mis cremas.
¿Y qué te olvidás? La mitad de la ropa…
Cuando tenés tiempo lo dedicás a… leer, estar contemplativa, descansar…
¿Qué pedís que te lleven los que van a visitarte? Jorgito de mousse de chocolate para mis hijos…ahora pediré yerba que en Bogotá está carísima.
Un sueño cumplido… haber vivido en muchos lugares
Y uno por cumplir… encontrar mi lugar en el mundo.